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“El cine español evoluciona siempre muy lentamente”

El director de ‘El desencanto’ y ‘Las cosas del querer’ vuelve al cine con la comedia ‘La manzana de oro’, su encuentro con la poesía

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Después de un silencio cinematográfico de 16 años, una nueva película de Jaime Chávarri (Madrid, 1943) llega a las salas. Aunque no tan comentada como la de su coétaneo y colaborador Víctor Erice con Cerrar los ojos, es también otro regreso para uno de los tótems de la renovación del cine español en los años 70 y 80 (El desencanto, A un dios desconocido, Las bicicletas son para el verano, Las cosas del querer…). Chávarri regresa a la dirección a sus 80 años con La manzana de oro, una comedia fuera de los estándares del género sobre el encuentro de varias generaciones de poetas para celebrar un concurso literario.

El director recibe a Cine con Ñ para una entrevista en su céntrica casa en Madrid. Con un vaso de agua de bienvenida y relajado, el cineasta hace gala de la tranquilidad y el buen humor del que ya poco tiene que demostrar a sus 80 años. Frente a su fantástico equipo de televisión y sonido —”siempre compro blu-rays”, nos aclara—Jaime Chávarri habla de su nueva película pero también de su otra pasión, la enseñanza. Ahí están las visiones sobre el cine de las nuevas generaciones y la suya propia, que se ha encontrado con la poesía a su manera, cuando ya la daba por pérdida.

En estos 16 años se ha dedicado sobre todo a dar clase, a ser profesor. ¿Qué cree que ha podido transmitir a sus alumnos y, sobre todo, qué ha aprendido usted de ellos?

Me encanta esta pregunta porque nunca hablo de la enseñanza, que es algo que me apasiona. Hay muchos malos profesores, pero incluso a un mal profesor un buen alumno le saca partido. Creo que es mucho más importante la posición del alumno que quiere aprender que la posición del profesor, que al fin y al cabo solamente puede enseñar lo que él sabe.

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‘La manzana de oro’

Cuando empecé a hacer teatro, empecé a pasarme por muchas escuelas de interpretación, porque yo no tenía ni idea de dirigir actores, tenía una cierta intuición, pero no sabía nada de la técnica de dirigirlos, ni de cómo estaban formados. Entonces vi que muchos eran gurús, y ahí me acojoné un poco. Cuando empecé yo a dar clase, hace ya treinta y tantos años, les dije a los alumnos: “Lo primero que quiero que sepáis es que yo no soy gurú y que nada de lo que yo os diga va a misa. Vais a ver cómo trabajo, vamos a hacer escenas en clase y vosotros decidiréis si lo que yo hago algo os sirve o no, pero lo decidís vosotros”. Eso lo he mantenido y me ha dado siempre un buen resultado.

Lo que he aprendido yo: infinito. He estado casi 40 años resolviendo escenas que no había decidido. Y no solamente resolviéndolas, sino que tenía que explicar por qué las resolvía de aquella manera y que ellos decidieran si era la manera buena o no, y de eso se aprende muchísimo. Porque muchas veces era cierto que la escena que ellos traían no funcionaba. Con alumnos de dirección, pero también con actores. Yo de alguna manera intentaba arreglarla, pero primero preguntaba: “¿Qué es lo que queréis vosotros?”, porque si no la iba a hacer como yo la haría, y eso es trampa. El problema que tiene un director es saber explicar lo que quiere, transmitirlo. Si consigo enterarme de qué es lo que quiere, intento ir por su lado. Aprendo de las escenas que eligen, de por qué les interesa esa en concreto, de por qué trabajan de esa forma con los actores.

¿Ha cambiado mucho la percepción de los alumnos sobre el cine a lo largo de las generaciones que ha visto pasar como profesor?

Has dicho muy bien varias generaciones, porque yo ahora estoy en la ECAM desde hace muchos años, pero he estado en muchas otras escuelas, he dado talleres en Latinoamérica y por toda España. Tú llegabas a una clase un año con gente de 25 a 30 años y no tenía nada que ver con la del año siguiente. Un año el ídolo era Wong Kar-wai y al año siguiente no sabían quién era. Las modas y corrientes operan mucho a ese nivel. Entonces no eran capaces de ver una película en blanco y negro, no les interesaba demasiado el cine clásico, muchos no habían visto ni El padrino (1972). El canon era un poco más moderno.

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‘La manzana de oro’

Pero todo va cambiando. Ahora pregunto: “¿A quién de vosotros le interesa el teatro? “Levantan la mano, hoy en día, la mayoría. Antes, ni uno. “¿A quién de vosotros le gusta leer?” Levantan la mano la mayoría, antes, ninguno. A ver, yo estoy hablando de gente que quiere dirigir, no de la juventud en general. Igual fuera no tiene nada que ver. En la ECAM tienen que pasar un examen de acceso que me consta que es cada vez más duro además. Hay una buena criba ahí. También empiezas en primero con veintitantos alumnos y acabas el tercero con 7 u 8. Hay mucha conciencia de que no hay sitio para mucha gente en el cine español.

Siguiendo con lo que preguntabas antes, otra de las cosas que aprendo de ellos es cuando empezamos el curso, cuando les conozco. Ahí les pregunto por una lista de películas modernas que les hayan interesado. Entonces miro un poco sus títulos y luego veo unas cuantas de las que no he visto. Eso de alguna manera es un ejercicio que te pone el día con ellos, aunque sea un poco artificial.

Cuando tienen que elegir en esa lista, ¿escogen alguna película española?

Raramente. A los alumnos y alumnas, a la mayoría, les gusta un cine más experimental y de corte moderno. Y eso en España prácticamente no tiene salida. Me encantaría, por ejemplo, que vieran una película como Espíritu sagrado (Chema García Ibarra, 2021). Muy original y muy divertida. La conocí el año pasado y les voy a plantear a ver si la conocen en este próximo curso.

Les da usted su lista de títulos.

Yo doy análisis de texto también, aparte de dirección de actores y puesta en escena. Ahí es donde les doy una lista, en realidad. Son obras para analizarlas no tanto desde el punto de vista literario, sino desde determinar qué es lo que pasa, quién les cuenta a los actores lo que pasa y qué tienen que hacer los actores para transmitir eso al espectador. Entonces los cabrones me eligen todos los años un Chejov o un Shakespeare. Claro, eso le da un interés a la clase que de otra manera no tiene.

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‘La manzana de oro’

Sí hay, indudablemente, más inquietud que luego también se va reforzada con la presencia de cada vez más chicas en los procesos formativos. Cuando la mayoría de los alumnos eran chicos, que ha sido hasta hace 10 años, el tema de los sentimientos era algo que no entraba en las prácticas jamás. Hacían películas de samuráis, no me preguntes por qué, pero lo que a ellos les interesaba era una película de samuráis. La incorporación de las mujeres ha abierto las puertas a cosas que antes ni se planteaban, también para que los chicos descubren que ellos mismos también pueden explorar sus emociones.

“Hay una confusión entre el naturalismo, el realismo y aquello que está contado de una manera realista”

Insisto en el cine español. ¿Cree que ha cambiado la consideración de los jóvenes sobre nuestra cinematografía? Cuando empezó, su generación de cineastas se oponía a lo que venía detrás, incluso se consideraba el cine español como de segunda categoría con respecto a otros…

Es que era de segunda categoría (risas). Vamos a ver, era de segunda categoría desde el punto de vista narrativo, de lenguaje. Era un cine muy clásico. Siempre ha habido grandes directores en nuestro cine, pero eran directores muy victorianos. Incluso un rompedor como Erice también tiene algo de eso, algo súper clásico, pero llevado a un lenguaje poético absolutamente maravilloso en mi opinión. El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) y Arrebato (Iván Zulueta, 1980) les encanta a los alumnos, pero un poco se limita a esos experimentos que había habido.

El cine español evoluciona muy lentamente porque hay muy poca industria y eso que hace que haya muy poca oportunidad de hacer algo diferente. Y eso, claro, dentro del mundo del lenguaje, dentro del mundo del que está aprendiendo, que está viendo películas francesas rarísimas y tal, pues les parece que no es lo más interesante que pueda haber, aunque haya películas que les gusten mucho. Pero muchas veces el cine español les interesa por el tema que tratan las películas más que por el estilo cinematográfico o el lenguaje. También les interesa que en España se está haciendo un cine de género muy bueno, que la única pega es que muchas veces podría pasar aquí o cualquier otro sitio, pero como cine de género está muy bien, es muy efectivo. También considero que es normal la curiosidad por lo que es de fuera, se ve distinto y llama más la atención.

Quizá, por el otro lado el cine español tiene la ventaja de ser visto como más cercano, como un cine que tiene más que ver con sus propias vidas…

Pero eso les suena ya más a costumbrismo, que es algo que ven en muchas series, estas de colegios en las cuales la gente mata mucho y no se sabe por qué, nada tiene que ver con nada, hablan de una forma que podría ser la de alguien de la calle pero sin serlo exactamente. Creo que ahí hay una confusión entre el naturalismo, el realismo y aquello que está contado de una manera realista, pero que es surrealista pero tampoco sin llegar a serlo. O sea, sin la gracia del surrealismo. Eso creo que les da un poco de pereza, y yo la comparto.

En estos años en clase, ¿no ha echado de menos el estar en el rodaje?

Bueno, al trabajar en la Escuela, con las prácticas, es muy parecido a estar en un rodaje. Es mucho más divertido y fácil corregir lo que hacen los demás, de hecho (risas). Yo no he hecho cine estos años primero porque mis productores habían muerto, y segundo porque yo no tenía proyectos. He sido siempre un director de productor, de encargo. Yo ya daba clase cuando estaba dirigiendo y fue un deslizamiento muy imperceptible. Era una vocación que me gustaba muchísimo, así que no ha habido ningún sacrificio.

¿Y cuál ha sido su relación con el rodaje? Hay directores que aseguran que lo sufren mucho.

La mía ha ido maravillosamente bien. Me siento como pez en el agua rodando, siempre lo he llevado bien y me ha encantado estar ahí en el lugar en el que pasan las cosas y controlar lo que sucede. No tengo ningún problema. La manzana de oro me ha reafirmado que es como montar en bicicleta, llegas al primer día y sabes ya cómo va todo. Muy importante decir también que he tenido un equipo fantástico que ha contribuido muchísimo a ello. El director de Fotografía, Kiko de la Rica, me ha ayudado muchísimo, y nunca se lo agradeceré lo suficiente.

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‘La manzana de oro’

Hay que decir que era una película rodada en condiciones muy difíciles. Yo estaba convencido de que no íbamos a acabar La manzana de oro. Además llegó el COVID, se retrasaba el rodaje, pero no había días de más, con lo cual era muy complicado trabajar. Y bueno, con la ayuda de todos, de los actores también, pues se sacó la película adelante.

La película es muy coral, con muchos personajes y líneas argumentales. ¿Cómo ha sido el proceso de trabajo con ellos?

Creo que el 90% de una buena interpretación es un buen casting. En esta película había 4 o 5 actores que, desde el principio, los papeles estaban escritos para ellos. Eso facilitaba todo porque inmediatamente cuando leyeron el guión reconocieron que había algo que les tocaba de otra manera. Y luego tenía un director de casting fantástico, que es algo muy difícil. La aportación que hizo con Sergi López y con Marta Nieto fue maravillosa. A Sergi ya le conocía, pero a Marta fui a verla al teatro y me quedé prendado. Tenía un papel que no era nada fácil y que tenía unas características muy concretas que no muchas actrices podían cumplir.

¿Y la relación con un género tan difícil, y poco explorado en su filmografía, como la comedia?

Bueno, de alguna manera siempre he hecho algo de comedia. He hecho Besos para todos (2000), que era una comedia sentimental. En Las cosas del querer (1989) y en las musicales siempre había algún elemento cómico también. No es un tema que me sea muy ajeno. Lo que yo no sé hacer es películas de risa. Yo no puedo hacer películas de gags porque la segunda vez que los veo los corto. Cuando ya me lo sé ya para mí no tienen sentido, tiene que ser un humor que se haga de los personajes y de las relaciones entre ellos, si no no me interesa. Y en ese sentido lo cuidamos mucho.

El otro género en La manzana de oro, , esta vez literario, es la poesía. ¿Cómo ha sido conjugar el humor con la literatura?

El tema de qué es la poesía en el cine es algo que me obsesionaba desde que yo trabajé de director artístico en El espíritu de la colmena. Desde entonces, lo que he ido es buscando, cuando había oportunidad, esa relación que podía haber entre la imagen, el contenido de la película y la poesía, y nunca la encontré. Haciendo esta película, hablando con el guionista, llegamos a la idea de hacer un par de trucos que no estaban en la novela de Aramburu: que fueran generaciones que van desde los 100 años hasta los 20 (en la novela tienen 50 años) y que se hable de poesía realmente, porque en la novela solo se trata a los personajes como poetas y ya está.

¿Por qué era tan importante hacer explícito el género, con sus propias metáforas y citas?

La poesía es, para mí, la primera expresión de la ficción. La gente, como no había más que tradición oral, para recordar lo que contaban los contadores de cuentos, lo hacían en verso porque era más fácil de recordar y seguramente con música. O sea que la primera poesía, en vez de ser algo sofisticado, elevado y barroco, en realidad es lo más primario que hay. Y es la primera vez que la gente se cree algo que le cuentan sabiendo que es mentira. Y eso tiene que ver muchísimo con el cine, es el mismo pacto de la ficción.

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‘La manzana de oro’

Entonces pensamos cómo podíamos hablar de poesía sin que esto dejara de ser una comedia y que al mismo tiempo se entienda qué es la poesía. Fue un proceso muy complicado: hicimos un primer guión, que la televisión no aceptó con toda la razón, y luego hicimos otro que les pareció muy raro también pero que sí terminaron aceptando. También hice la película porque el productor me contó que quería hacer algo diferente, si no no la habría hecho.

En una entrevista reciente, el escritor Manuel Vilas aseguraba que “la poesía no tiene lectores, es un género muerto”, ¿opina lo mismo?

No. En el equipo de la película me encontraba con mucha gente que le gustaba la poesía. Es más bien un género oculto porque la gente no te dice que le gusta hasta que encuentra un cómplice.

Nos da vergüenza admitirlo.

Nadie lo dice de primeras, pero si alguien lo dice ya saltan: “¡A mi también, a mi también!”. Lo que sí hay son ‘Los Ojos del Guadiana’, momentos bajos de la poesía, y este es uno muy desconcertante. Pero la poesía en los medios, te guste o no, es amplísima. El rap es una continuación de la poesía antifranquista, de la canción de protesta. La música y la poesía nacieron juntas porque más fácil recordarlo todo con un ritmo y una melodía.

“He hecho esta película y me parecería estupendo que fuera la última”

No me resisto. ¿Qué le pasó en el El espíritu de la colmena que le marcara tanto?

Era una película muy rara, nadie sabía lo que estaba haciendo Víctor (Erice). Él solo hablaba con las niñas, una de las cuales era mi sobrina, la rubia, pero eso no me ayudaba nada porque tenía 7 años. Bueno, pues todo el mundo estaba muy indignado porque nadie entendía lo que estábamos haciendo. Yo tampoco, pero conocía a Víctor y confiaba en lo que estaba haciendo, aunque seguía sin enterarme.

Un día llegué al rodaje y me encontré un decorado que ya había montado, que era el Ayuntamiento con la sala de cine. Me encontré todo vacío, porque la gente llegaba al cine con sus sillas, una mesa y el cadáver del maqui encima de ella. Muerto, con la pantalla vacía delante. Y ahí es como todo hizo clic: entendí la historia de la película, la relación con el cine, la relación de la niña con el maqui, la relación de la niña con Frankenstein, la relación de la película con el cine… todo fue como una especie de iluminación: ya entiendo lo que es la poesía en el cine.

Mi frustración es no saber hacer en un plano eso que hizo Víctor con el cadáver del maqui, que no era solamente hacer un plano más o menos poético, más o menos bonito, sino englobar todo el significado de una película en una sola imagen. Y yo eso no lo sé hacer. Esa fue la conclusión.

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Jaime Chávarri, en una imagen de archivo. Foto: cedida por Revolutionary Press

Después de La manzana de oro, ¿podemos esperar más películas de Jaime Chávarri?

Mira, he hecho esta película y me parecería estupendo que fuera la última. Si sale otra y me interesa, la intentaré hacer. Pero tampoco tengo ninguna prisa ni ninguna necesidad especial. Estoy muy contento como estoy, con mis clases, viajando y leyendo.

Tengo que decir que hay una cosa que no me gusta nada que se hace en el cine español de ahora, que es que tú no cobras el guión si no se hace la película. Profesionalmente me parece tremebundo. Eso permite al productor hacer luego la película como quiera. Eso te quita la sensación de apreciación a tu trabajo. Si la película no se hace tú eres el que se hace responsable, no yo. Eso ha cambiado mucho, en mi época de mucha actividad el productor podía hacer una película entrara o no una televisión, pero eso ahora es imposible. Si no hay televisión o plataforma, no se hace.

¿Los productores no se arriesgan?

No es eso, es que la financiación funciona de otra manera. Antes un productor tenía unas fuentes de financiación fijas para todas su películas, no tenía que ir buscando para cada uno de los proyectos. Ahora, si quieres trabajar dentro del sistema, tienes que adaptarte más. Aunque siempre puedes quejarte.

Portada: Jaime Chávarri, en Málaga en 2020 – Javier Albiñana (cedida por Revolutionary Press)
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