La película de Legarreta introduce novedades en el tema vampírico, pero acaba en tierra de nadie
Ilargi Guztiak. Todas las lunas: Vampira sin destino

1876, últimos coletazos de las guerras carlistas en el País Vasco. Una niña huérfana (Haizea Carneros) es salvada de una muerte segura por una mujer (Itziar Ituño) que la transforma en una vampira eterna. Un hombre (Josean Bengoetxea) termina acogiéndola en su casa, lo que trastoca la vida de un pequeño pueblo. Esta es la base de Ilargi Guztiak. Todas las lunas, un cuento fantástico irregular que firma Igor Legarreta (Cuando dejes de quererme).
Las coordenadas generales de la película es posible que suenen de algo: período turbulento de la historia en el País Vasco -foco de estas batallas dinásticas habitualmente-, al que se le adhiere una historia de uno o varios personajes que rompen con el orden imperante en la sociedad de esa época. Todo dentro del mito fantástico o la leyenda popular. En ese sentido, es fácil comparar Ilargi Guztiak. Todas las lunas con otras películas vascas recientes como Handia, Akelarre y, sobre todo, Errementari, en la que hay también elementos fantásticos explícitos vinculados a la tradición del cine de terror.
Un vampirismo propio

En un brillante inicio, el filme de Legarreta parece plantear una vuelta de tuerca al tema del vampirismo. Con todo el derecho y con buena intención, el director y el coguionista Jon Sagalá deciden jugar con la leyenda de Drácula a su manera, usando códigos que todos conocemos vinculados al subgénero (la intolerancia a la luz del sol o el de la sangre como único alimento) y, al mismo tiempo, desactivándolos. Esto no es terror.
El único elemento vampírico que sí abraza hasta el final Ilargi Guztiak. Todas las lunas es el de la inmortalidad, un fetiche clásico también dentro del subgénero. Tanto es así, que se acaba convirtiendo en el gran tema de la película. La niña, rebautizada como Amaia, debe percibir al principio el hecho de no morir como su salvación, pero, poco a poco, el paso del tiempo acabará convirtiendo la inmortalidad en un cascarón maldito del que no puede deshacerse.
En realidad, lo más interesante del planteamiento sobre los vampiros de la película acaba siendo el presentarlos no sólo como marginados, sino como auténticas víctimas de una sociedad enfrentada. Sin ambigüedades ni muchas contradicciones. Ellos recogen sangre cuando los caídos en batalla ya están muertos: son temidos y odiados por ser diferentes, no por ser una amenaza real a la integridad de los demás. Como en otras historias alejadas del terror, la vampira de Legarreta y Sagalá mantiene sentimientos humanos, estrecha vínculos y no quiere resultar un peligro para el resto.
Ilargi Guztiak. Todas las lunas en en tierra de nadie

Por el resto, claro, el tema de lo vampírico se convierte en la llave para hablar de lo que realmente le interesa a los responsables de la película. Legarreta quiere reflexionar sobre la sociedad vasca de la época, la religión, la familia, la superación de la infancia o, sobre todo, del vínculo entre padres e hijos. Y, pese a los esfuerzos, esta voluntad de dirigir su discurso y su fuerza dramática hacia distintas direcciones hace que Ilargi Guztiak. Todas las lunas, sobre todo en su parte central, se quede en tierra de nadie. Ni hay un desarrollo de lo vampírico ni se acaba construyendo discurso en torno a nada en concreto más allá de la inmortalidad.
La película empieza y acaba bien, usando su fantástico nivel de producción y sus atinadas intenciones atmosféricas para hacer más expresivo su discurso. Por el resto, da la sensación de que o algo se ha quedado en montaje o no se ha terminado de perfilar la dirección exacta que debía de tomar la protagonista para que se transmitiera su viaje hacia el crecimiento. El paso del tiempo debería ser uno de los elementos centrales del desarrollo de su fuerza dramática, pero sus elipsis no terminan de dar con la tecla.
Al final lo que debería de remar a favor acaba haciéndolo en contra. El cuidado contexto y los ambientes funcionan para desinflar y abstraer la historia más que para apuntalarla. En ese sentido, es un buen ejemplo lo que pasa con los interesantes personajes de Itziar Ituño e Josean Bengoetxea. A través de ellos se introduce el interesante valor dramático de la maternidad/paternidad perdida, pero no se termina de profundizar en los vínculos con la niña.
Ilargi Guztiak. Todas las lunas es un drama de halo fantástico con muchas cualidades que, vistas por separado, valen la pena. Pero no termina de concretar o ensamblarlas en un cuerpo central algo más definido que transmita la emoción deseada. Con la gran actuación de Haizea Carneros como principal y feliz novedad, el sello de calidad garantizado del cine vasco aquí no termina de culminar en conjunto uniforme.
