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Testimonios emocionales de lo real: el cine de Icíar Bollaín

Una colección de FlixOlé redescubre las películas de esta actriz por casualidad y cineasta autodidacta que ha unido los diferentes tonos de sus películas a través de un humano compromiso social

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El cine de Icíar Bollaín es de esos que han dejado huella. A lo largo de casi 30 años y unidas por el compromiso social, hayan gustado más o menos, sus películas como directora han tenido impacto casi inmediato en nuestra cultura. Ha sido así desde sus inicios y lo sigue siendo hoy: es el hilo que conecta aquel primer acercamiento a la independencia de dos mujeres jóvenes (Hola, ¿estás sola?) con su reciente tratado sobre el duelo posterrorista (Maixabel). 

Con una filmografía ya abultada que ha pasado por la comedia, el drama o el documental, Bollaín es percibida ahora como una directora asentada en la industria. Pero se lo ha tenido que ganar a base de buenas películas y en clara posición de desventaja: ha hecho carrera en un sector en el que prácticamente no había cineastas mujeres con una filmografía consistente. Junto a Isabel Coixet, es la directora de su generación que más ha abierto la puerta a otras -también como cofundadora de la asociación CIMA– con la exposición y trascendencia pública de su trabajo. 

Actriz captada en la adolescencia y directora autodidacta, Icíar Bollaín ha ido aprendiendo sobre la marcha cómo hacer películas, sin más escuela que la de los directores que la empezaron a rodear desde que era muy joven. Así ha desarrollado un estilo ecléctico y funcional como directora y guionista, adaptándose a la historia que quería contar y sin más brújula que la de dejar testimonio emocional de la realidad de su época. Una colección de Directoras de FlixOlé nos recuerda el lugar predominante en nuestra cinematografía de las películas de Icíar Bollaín. 

De Erice a las flores de otro mundo: la primera etapa 

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Icíar Bollaín en ‘El sur’ (1983), de Víctor Erice

De entre las muchas cosas buenas que ha dado al cine español Víctor Erice, una de ellas fue el haber descubierto a Bollaín para la causa. Tenía solo 15 años cuando la eligió entre las jóvenes de su instituto para ser la protagonista de El sur (1983), película maldita que le abrió a Bollaín las puertas del cine. Fue el pistoletazo de salida a una carrera sólida como intérprete, que culminó con una nominación al Goya a Mejor Actriz por Leo (2000) -es la única persona en haber sido nominada en categorías interpretativas y en Mejor Dirección-. 

En las películas de su tío Juan Sebastián Bollaín, Felipe Vega, Manuel Gutiérrez Aragón o José Luis Borau, la Bollaín actriz desarrolló curiosidad por saber cómo se hacían las películas, y pedía habitualmente estar en la sala de montaje. Tenía una pulsión por contar historias que le representaran más que esos personajes que tenía que interpretar. Mientras seguía actuando, formó su propia productora (Producciones La Iguana) ya en 1991. Junto a sus otros compañeros de empresa y generación, empezó a hacer cortometrajes, y  escribió y dirigió dos de ellos: Baja, corazón (1992) y Los amigos del muerto (1994). 

Dos cortos muy cortos -especialmente el primero- que dejan ver la primera apuesta por la comedia y la exploración de las relaciones entre mujeres y hombres que se pudo ver en su primera película en largo: Hola, ¿estás sola? (1995), un relato alocado que se convirtió en película con la ayuda de Julio Medem y la influencia realista del cine de Ken Loach, con el que acababa de rodar Tierra y libertad (1995) como intérprete. 

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‘Flores de otro mundo’ (1999)

Protagonizada por Candela Peña y Silke, esa primera película cuenta el divertido viaje de dos amigas que ya marca, quizá inconscientemente, una de las características que aparecería en casi todo el cine de Bollaín: el protagonismo y el trabajo en la psicología de los personajes femeninos. Si Coixet lo codificaba en formas dramáticas más cercanas al cine indie norteamericano, Bollaín le daba al todo un cariz más ligero y genuinamente español, adaptándose a un estilo costumbrista y pegado a la calle. 

La culminación de esta primera etapa de Bollaín, está en Flores de otro mundo (1999), una risueña historia coral de un grupo de mujeres que se apunta a una iniciativa para acabar con la despoblación en el mundo rural. Entre lo berlanguiano y lo puramente naturalista, Bollaín adelantó el tema de la España Vaciada en nuestro cine e incorporó la visión de mujeres extranjeras. Fue la confirmación de que había una cineasta atenta y sensible: Premio de la Semana de la Crítica en Cannes y dos nominaciones a los Goya (con descubrimiento al mundo de un tal Luis Tosar). 

Sufrir y madurar en Te doy mis ojos y Mataharis

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‘Te doy mis ojos’ (2003)

El tercer largometraje de Icíar Bollaín, escrito junto a Alicia Luna, es capital en su carrera y marca un nuevo camino. Fue Te doy mis ojos (2003) -trabajado en el corto previo Amores que matan (2000)-, un angustioso viraje hacia el drama con el que se fijó, ya de forma explícita, en una grave lacra social en España: la violencia machista. La angustiosa y terrible historia de una pareja, formada por Tosar y Laia Marull, acabó definitivamente con el silencio o la normalización al respecto en el cine español. Bollaín exprimió la psicología del maltratador y profundizó en la posición de la víctima. 

Dentro de los dramas sociales de éxito de los primeros 2000(El bola, Los lunes al sol…), Te doy mis ojos también trascendió a otra dimensión, tanto que casi 20 años aún se habla de ella para profundizar en la violencia de género. Ha sido el mayor éxito de su carrera hasta el momento, con 5 millones de euros de recaudación en taquilla y 7 Premios Goya, Mejor Película y Mejor Dirección incluido. Era la primera mujer que conseguía el doblete más codiciado de premios. 

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Icíar Bollaín, Najwa Nimri y Nuria González en el rodaje de ‘Mataharis’ (2007)

La fuerte expresividad de las películas de Icíar Bollaín, siempre muy centrada en el trabajo con actores y actrices, volvía a pleno rendimiento en su siguiente película, Mataharis (2007), una atípica película de espías. Menos recordada en su filmografía pero con distintas cualidades, el filme ahondó en los conflictos de la incomunicación, un problema menos evidente que el de Te doy mis ojos pero también con implicaciones sociales y laborales para este grupo de mujeres detectives. La conciliación aún era una quimera para ellas.

En la década de los 2000 Bollaín se asentó definitivamente como cineasta de referencia en un sector aún hipermasculinizado, y lo hizo además contando dos historias (escritas a cuatro manos con otras dos mujeres) que se dirigían directamente a denunciar situaciones desatendidas que vivían realmente partes de la sociedad española. La cineasta había ganado madurez para centrarse en dramas comerciales convertidos en herramientas de transformación social. 

Icíar Bollaín y Paul Laverty: viaje a otros mundos

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‘También la lluvia’ (2010)

En 2010 Icíar Bollaín dirigió por primera vez un guión en el que no había participado. Fue uno de su compañero Paul Laverty, guionista habitual del admirado Ken Loach, con el que inició así un tándem creativo que por ahora ha dado hasta tres películas. En ellas se distingue una mirada más amplia de la realidad, historias que salen de España, fijan paralelismos con la Historia y crean choques y confluencias culturales. 

Ese primer proyecto con Laverty era También la lluvia (2010), seguramente la película más afortunada de esta época. El cine social de Bollaín actualizaba el “descubrimiento” de América de forma crítica a través del paralelismo con otra batalla por los recursos: la del agua. Un rodaje sobre el viaje de Colón acaba con un grupo de hombres -Bollaín da aquí espacio a una representación más masculinizada- lidiando con un conflicto decisivo para los locales. 

Aunque sin palabras de Laverty, Bollaín siguió en la misma línea, esta vez a través de la historia real de una maestra española (Victòria Subirana) que hizo un viaje a Nepal y desarrolló su propio proyecto pedagógico. La película se llamó Katmandú (2011) y se centró en el poder de la educación para ofrecer un futuro mejor para los niños y niñas nepalíes. Con una poderosa Verónica Echegui como protagonista y con un aire más romantizado que en otras películas de la directora, el filme habla de las desigualdades y paradojas de la globalización. 

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‘El olivo’ (2016)

Después de un documental que reflejaba el turbulento período socioeconómico que se vivía en España a través de los jóvenes (En tierra extraña, 2014), Bollaín insistió en reflejar un país en crisis en El olivo (2016). Una historia de formato road-movie, alma ecologista y conflictos generacionales que volvía a escribir Laverty. La cineasta se centró en el humanismo y lirismo para una película que nos descubrió a la que es hoy una de nuestras grandes actrices jóvenes: Anna Castillo. 

La última colaboración en cine hasta la fecha de Bollaín y Laverty fue Yuli (2018), una película que se adentra, por primera vez en su carrera, en las formas más clásicas del biopic. Lo hizo enfrentándose a otro personaje real, que en este caso participa como actor en la película: el bailarín cubano Carlos Acosta. Centrada en la fuerza de la danza y sus cuerpos en movimiento, la película no olvida el cariz social y político de la historia de un hombre racializado y pobre que lucha por su lugar en Cuba y en el elitista mundo del arte. 

Reflejos del ayer y siempre en La boda de Rosa y Maixabel

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‘La boda de Rosa’ (2020)

Entrando ya en una nueva década, las últimas y recientes películas de la directora funcionan perfectamente como resumen de las esencias de buena parte de su filmografía. Aunque ya con otra perspectiva y con una narrativa más depurada y académica, últimamente Icíar Bollaín ha recuperado el vitalismo y el humor que marcó el principio de su carrera (Hola, ¿estás sola?) y ha seguido profundizando en las lecturas políticas y sociales en drama como ha venido haciendo desde Te doy mis ojos

Lo hizo primero con La boda de Rosa (2020), una película que hace de espejo con su primer largometraje desde los gestos y las expresiones otra vez de Candela Peña, pero 25 años más tarde. Escrita con Alicia Luna (Te doy mis ojos), Bollaín vuelve a sentimientos clásicos de la feel-good movie con una historia de una mujer cuidadora, como aquellas de Mataharis, que dice basta y decide cuidarse a sí misma por una vez. El mismo Levante de El olivo es escenario de una boda de rojo pasión por la vida. 

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‘Maixabel’ (2021)

La otra cara de la moneda de la filmografía de Icíar Bollaín está en Maixabel (2021), filme en el que se adentra en el duelo en el País Vasco tras el fin del terrorismo de ETA. La cineasta escenifica la historia real del encuentro de Maixabel Lasa, interpretada por una Blanca Portillo de Goya, con uno de los asesinos de su marido desde el poder de la palabra y la conversación abierta. El puente para cerrar heridas en un drama intensísimo

Estas dos últimas películas de Bollaín reflejan también cómo, en cierta medida, sus películas también hablan de segundas oportunidades. Nuevos comienzos protagonizados por mujeres que se demuestran a sí mismas capaces de crearlos, aunque sea con todo en contra. Ahí está, quizás, uno de los secretos del éxito de la directora: conectar los motores sentimentales de sus personajes con la realidad que les ha tocado vivir. Que nos ha tocado vivir. 

Puedes ver las películas de Icíar Bollaín en la colección Directoras de FlixOlé.
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