Parodia de un fenómeno ya caducado y sin la capacidad para hacer reír en 2022
Javi (Óscar Casas) es un joven introvertido y secretamente enamorado de Sara (Isa Montalbán), una chica de su instituto. Para poder hablar con ella sin ataduras, Javi se hace pasar por otra chica en un foro de Internet dedicado a una saga literaria de vampiros para adolescentes, Hollyblood, de la que Sara es fan. Así es como Javi descubre que Sara cree que ha entrado en contacto con un vampiro real, Ezrael, y que va a quedar con él. Una serie de casualidades hacen que Javi se haga pasar por Ezrael, pero lo que no sabe es que ese vampiro sí que existe.
Hollyblood pretende ser una comedia juvenil de vampiros, una parodia nada disimulada de la saga Crepúsculo en la que caben también referencias a Buffy, cazavampiros, True Blood, Van Helsing y, sobre todo, al espíritu cómico de Lo que hacemos en las sombras, con el mito vampírico reducido al rídiculo por motivaciones terriblemente humanas. En esta película hay que leer esas tramas en clave adolescente, con una historia de sentimientos a flor de piel, calenturas y abusones de instituto.
Pero aunque Hollyblood tenga claros esos referentes, los usa como apuntes de mal estudiante. Sin frescura, acidez o desvergonzonería, la película no vale ni como comedia romántica de instituto ni como parodia de los románticos chupasangre. Ni siquiera si se lee como fenómeno estrambótico y friki -acompañado por su clara falta de presupuesto-, resulta un entretenimiento lo suficientemente lúdico.
Hollyblood, sangre caducada

Hollyblood es una película que da la impresión de haber llegado a destiempo a todo. Primero por su argumento y universo cinematográfico. Da la impresión de que Pérez Quintero escribió el guion de Hollyblood durante o poco después de aquella nueva ola audiovisual de vampiros que se produjo a finales de la primera década de los 2000, con Crepúsculo y True Blood a la cabeza. Pero, por alguna razón, sus ideas debieron quedarse en un cajón durante años. Hasta que a alguien en nuestros años 20 tuvo la genial idea de que era hora de producirlo. Si no fue así, lo parece.
Es verdad que los vampiros van de la mano del cine desde sus orígenes, pero esta no es una película de vampiros en génerico. Es una que quiere parodiar en concreto a la cultura del vampirismo adolescente que se explotó en novelas y películas en aquella época. Enseñar escenas desde el propio cine sobre los absurdos de los hombres lobo sin camiseta, en 2022, indica que algo no va bien, que lo quieres contar pertenecía a otro momento, que claramente ya ha caducado.
Los caminos de la comedia adolescente

Pero la sensación de estar viendo una película de hace 15 años no está solo en el tema vampírico. Está también en lo apolillada que resulta su comedia adolescente, que es la base de Hollyblood. Lo impostado y plomizo de algunas escenas no es tanto culpa del elenco de actores jóvenes como de unas líneas de diálogo escritas por alguien que hace mucho que ha dejado de tener 16 años y se guía por cuatro nociones demasiado básicas. Las bromas y golpes cómicos se podrían excusar en una serie diaria en 2004, pero hoy provocan silencios incómodos. Sin exaltar lo nuevo por lo nuevo, lo antiguo tiene que resultar al menos ingenioso.
Además de algún ramalazo del talentoso Carlos Suárez, los únicos personajes que funcionan son el de Isa Montalbán, divertida y con su giro feminista, y el de Jordi Sánchez, que sí tiene la edad como para que le encajen ciertos áridos diálogos -y el resto lo capea con su experiencia-. No ayuda en nada la dirección de la película, ramplona y errática en sus imágenes. Algo se puede excusar con una evidente falta de presupuesto, pero ciertas decisiones creativas (tipos de plano, uso de voz en off, elección de espacio y puesta en escena…) no es que maquillen las dificultades de producción, es que las empeoran y las hacen más evidentes.
Sin hacer demasiada sangre: Hollyblood es un antiguo esbozo convertido en película, poco afinado y no demasiado divertido. La caricatura podría funcionar a un nivel estrafalario, pero ni la historia en sí ni el nivel de producción permiten muchas virguerías como para que el conjunto resulte lo excesivo que se podría esperar. No es que las fórmulas de siempre no puedan funcionar, pero tienen que tener algo que las haga estimulantes hoy. Y esta película no lo tiene.
