La multiepisódica película del director de ‘Truman’ ofrece una disección de las inexplicables emociones humanas que camina hacia la nada
Historias para no contar: El Cesc Gay más conservador

Cesc Gay (Sentimental,Truman) presenta Historias para no contar, un conjunto de relatos breves en los que se presentan situaciones difíciles de explicar. El cineasta catalán se rodea de all-stars del cine español (Anna Castillo, Antonio de la Torre, Jose Coronado, Alexandra Jiménez, Nora Navas, Maribel Verdú, María León, Javier Rey, Brays Efe…) para retratar las contradictorias formas de actuar que tenemos cuando nuestras relaciones personales están en juego.
Historias para no contar es la vuelta de Gay a la estructura de comedia de su ópera prima Hotel Room (1998) y, sobre todo, de Una pistola en cada mano (2012), otro multicuento en el que se retrataba las miserias del universo masculino heterosexual a través también de sus amores y sentimientos. En esta nueva película la mirada sarcástica se expande (por fin) también a las mujeres, con un acercamiento que intenta ser más heterogéneo en el tipo de personajes, conectados todos con las verguenzas de estas nuestras relaciones humanas.
Es un enfoque reconocible que nos deja una versión conservadora del cine de Cesc Gay, que parece haber perdido parte de su capacidad de desnudarnos ante nuestros ojos. Aunque varias situaciones y diálogos demuestran que Gay mantiene la agilidad mental y la capacidad humorística, la disección humana se dirige hacia la nada. Ver esta película es como estar escuchando a alguien brillante pero que, en realidad, no tiene nada interesante que decir.
La necesidad y el estilo

Uno de los valores más reconocibles del cine de Cesc Gay era su capacidad para diseccionar dinámicas y contradicciones del urbanita de clase media o media alta, habitualmente desde un punto de vista muy barcelonés. De fondo, en la ironía surgía una humanidad que lo retorcía todo pero también lo curaba y, por tanto, le daba un sentido a la mirada cinematográfica. Ha sido así desde sus inicios, con películas inspiradas como En la ciudad (2003) o, en un giro menos arriesgado, Truman (2015).
Pero ya en Sentimental (2020) había un claro síntoma de que “la marca Gay”, que le colocaba casi como el “Woody Allen catalán”, se había convertido más en un estilo que en una necesidad de contar. Historias para no contar tiene momentos de finura, de carácter, pero gira más sobre sí misma que sobre el retrato social mordaz, que parece desconectado de la sociedad española del 2022. El estilo límpido y claro de Gay, sus digresiones con réplica, no tienen más luz que la de captar cierta sensación de imprevisibilidad en las situaciones. Más allá de qué historia es más o menos inspirada, la sensación es que hay poco diálogo con la realidad.
Los mínimos de Historias para no contar

Por supuesto, una película del catalán garantiza unos mínimos que hacen que ir al cine a ver una de sus películas siempre sea una experiencia agradable, con esas formas de comedia elegante que son una excepción en el cine español dentro de la industria. Además, como siempre, su dirección de actores nos permite ver a un grupo de intérpretes de buen nivel dando exactamente el tipo de papel que se les pide -solo Brays Efe parece algo fuera de sitio-. Eso ya merece el precio de la entrada.
Pero ese gran resto de derecha, ese intencionado retrato urbano que busca hacernos sonreír y avergonzarnos, resulta superfluo. Aunque Gay hace como que renueva su cine incorporando una serie de personajes femeninos a la ecuación -e incluso se atreve a meter una problemática historia con transfobia de fondo-, en el fondo no logra ir más allá de la ocurrencia sutil, de la situación divertida, de la pieza teatral bien escrita, en su acercamiento a sus personajes. Son síntomas del progresivo aislamiento en su cine, que parece ya no ser tan sensible a lo que lo rodea.
Imágenes: Historias para no contar – Filmax
