Una serie que retrata las desigualdades sociales como pocas comedias recientes.
Pedro Marrero, alias ‘Grasa’, es un matón y traficante de poca monta que malvive en un barrio empobrecido de Sevilla hasta el día en que le da un infarto. El médico le advierte que o transforma completamente su estilo de vida o su maltratado sistema cardíaco dirá basta. Para intentar cambiar de hábitos y mejorar su salud, Pedro abandonará su entorno, mudándose a un barrio de mayor nivel adquisitivo y haciendo nuevo amigos por el camino.
Ojo: Spoilers del tamaño del Villamarín.
El discurso de clase parece proscrito en la ficción española mainstream. Se tiene que refugiar en producciones ambientadas en el Franquismo –Brigada Costa del Sol, Alta mar– e incluso más atrás –La peste, Las chicas del cable– o en la comedia. Y en esta última se utiliza más como fuente de estereotipos –Aquí no hay quien viva y La que se avecina– que para entrar en un análisis de sus causas y consecuencias.
A ver, miento. La clase social como circunstancia si se ve reflejada, porque es inevitable, aunque tirando hacia arriba desde la clase media aspiracional idealizada por nuestros corazones post-Felipistas. Tienes que creerte que las individuas de Valeria son precarias o que las casas de Madrid, interior son representativas del hábitat medio de esta España suya, esta España nuestra.
Fotograma de ‘Madrid, interior’, de Juan Cavestany
Incluso en La casa de papel, que nació con la intención de reflejar la España posterior al 15M y la crisis de 2008, se habla apenas de clases medias que se quejan por la ruptura del ascensor social. Gente blanca de clase media hablando de revolución sin concretar ideología, ¿qué puede salir mal? Se le perdona porque un grupo de mineros asturianos le hace un butrón a la Audiencia Nacional. Y eso, te lo digo mientras clavo en tu pupila mi boli bic azul, eso es poesía.
No me entiendan mal. Estamos peor que en los 80, cuando el cine quinqui sabía a lo que venía y en Televisión Española todavía se producían maravillas como Turno de oficio o Brigada Central, pero muchísimo mejor que en Las Edades Oscuras, los 90 y primeros 2000.
Procesen los papeles de La Juani en Médico de Familia o el mayordomo que interpretaba Javivi en Ana y los siete, sin dejar de pasar por esa oda a la caspa bien entendida, ese canto de cisne del último galán clásico, que fue La casa de los líos. Hasta en Un paso adelante lo intentaban con la matraca de que el personaje de Pablo Puyol era “el paleto”, pero decir que aquello daba vergüenza ajena es quedarse corto. Por no hablar de la subtrama de la novia limpiadora de Blas Castellote en Periodistas.
Malvivir de obesidad
Comparado con todo esto Malviviendo y su heredera Grasa están a años luz. Solo que Malviviendo, al menos en su primera temporada, rozaba el lumpen de verdad. Era una broma muy currada echa con cuatro duros por gente que lo pasaba en grande, que se hizo “viral” antes de que el término lo secuestrasen los estrategas y los listos. Entre una y otra serie han pasado 12 años, la creación de Different Entertainment y toda una carrera para David Sainz y su equipo. Entre 2017 y 2018 ya produjeron otra comedia de 6 capítulos para PlayZ, Mambo, que es referenciada en algunos gags en Grasa.
En las entrevistas Sainz ha explicado que la premisa de Grasa es una excusa para la transformación casi involuntaria del personaje, para su desclasamiento por pura superviviencia. Eso, en sí mismo, ya es crítica social. Porque Pedro ‘El Grasa’ no se desclasa por ningún tipo de aspiración social, lo hace para seguir con vida. Cuando sus amigos le recomiendan que se mude porque “el barrio es muerte, hermano”, lo que están haciendo es una extrapolación estadística.
Sainz y Kike Pérez, el cómico que interpreta a Pedro, son canarios. El archipiélago es la región con mayor índice de obesidad –un 35% de los menores canarios sufría problemas de sobrepeso en 2018-. La serie está ambientada en Sevilla porque Sainz es sevillano de adopción y el resto de su equipo natural de la zona. En la capital andaluza se encuentran seis de los 15 barrios más pobres de España en datos de 2019. Malviviendo, por cierto, se ambientaba en el barrio ficticio de Los Banderilleros. El vecindario de ‘El Grasa’ de llama Los Picaores. La obesidad no solo es cosa de pobres, es que reduce la esperanza de vida de quien la padece de manera dramática.
Los problemas cardiovasculares del protagonista son el detonante y también la solución del último capítulo de la serie. En el enfrentamiento final entre Grasa y su perseguidor, Tito -otro actor canario, Luifer Rodríguez-, un Butch vs Marsellus en Pulp Fiction pero en cani, será este último el que acabe sufriendo otro infarto y Pedro quien deberá salvarle la vida.
El relevo hacia el cambio de vida, el que lleva a romper la idiosincrasia de clase por puro instinto de conservación, partido a partido como si uno fuese un Cholo Simeone de sí mismo, pasa a Tito en el plano final. Lo simboliza la pulsera que controla el ritmo cardíaco. Pedro ya no la necesita, pues ha ganado el autocontrol y la conciencia de sí mismo que le permiten llevar una vida mejor.
El cani ilustrado
¿Que diría Owen Jones si tuviese que pasarle el filtro de Chavs a Grasa? Es difícil de decir. Para empezar el mundo de Pedro es retratado sin ninguna piedad en cuanto a sus vicios y carencias, pero sus personajes son tan humanos como cualquiera. El punto de vista de la serie es el suyo, aunque igual que en Malviviendo o en otra comedia sevillana parida por los virales de internet, El mundo es nuestro, se lleve a la hipérbole o se reduzca al extrañamiento para que nos resulte más entrañable a los que estamos medio pasito por arriba en la escalera del bienestar y somos el público objetivo.
Grasa no demoniza al lumpen. No es una parodia cruel, no infantiliza ni culpabiliza. Pero tampoco presenta a seres luz que solo necesitan una oportunidad como si esto fuese un culebrón del mediodía. Pedro no abandona su idiosincrasia en ningún momento y su evolución es completamente involuntaria. Sigue resolviendo los problemas a golpes, aunque se los lleven personajes que son presentados como miserables, y lleva el concepto de lealtad aprendido en el barrio hasta el extremo de jugarse la vida.
En parte refleja la experiencia del propio Sainz, según confesión propia, que pasó de grabar su primera serie mientras trabajaba en una tele local a recibir encargos de RTVE. La exposición de arte contemporáneo que Pedro no entiende retrata el propio “ascenso” de sus autores en su tránsito de la producción por amor al arte a las reuniones de la gente guapa.
Los mayores castigos del guion, de hecho, están reservados para el postureo intermedio, para quien pretende desclasarse no por necesidad como Pedro sino por ego aspiracional. Los guantazos paralelos al crítico de arte y al niño grimoso vecino de Teresa retratan a un tipo especial de “pijo”, el que no está tan social ni económicamente lejos de ‘El Grasa’ y sus amigos como cree pero se considera muy por encima y, sobre todo, con la capacidad y el derecho para juzgarlo.
La supuesta redención de Pedro nos habla más de la falta de alternativas a su vida anterior que de la bondad intrínseca de las que va encontrando. La transformación del personaje es empoderante en el sentido de que surge de hacerse responsable de sí mismo y utilizar, dadas sus circunstancias concretas, las mejores herramientas a su alcance para mejorarse. Pero la bondad o maldad propias del personaje se han mantenido: el Grasa del primer capítulo eran tan bruto, leal, buenazo o tímido como en el último. Solo que por el camino ha aprendido mejores maneras de expresarlo y de cuidarse y cuidar a los demás.
Ese cierre con Tito llevando la pulsera para el ritmo cardíaco puede ser leído tanto de manera optimista como pesimista. Hemos visto como Pedro ayuda a mejorar a su entorno inmediato solo con sus nuevas formas de actuar, pero al mismo tiempo estamos hablando de una salida del pozo individual o familiar, que es la gran solución de la ficción actual ante el Armaggedon. Como moraleja nos queda que acabar con la desigualdad no es ni siquiera una cuestión de justicia o igualdad de oportunidades. Es un problema de supervivencia.
Jose A Cano (@caniferus)
