Distribuidores y cortometrajistas advierten contra este casi fraude: certámenes que nunca se celebran o se disfrazan con nombres similares a otros de prestigio y otorgan ‘laureles’ solo con pagar, pero que pueden desprestigiar a quien los luce
International Fake Festival: el peligro de los festivales falsos que inflan egos y desinflan bolsillos

Festivales con nombre muy parecido, pero no igual, al de alguno de los grandes: Cannes International Film Awards, Madrid International Short Film Festival, París Film Awards… Con premios mensuales e incluso en algunos casos semanales en categorías un poco extrañas que no existen en la mayoría de certámenes. Festivales a los que es difícil encontrarles sede física, con imágenes de stock en la web, con precios por inscripción un poco altos. Que se presentan como “IMDb qualifying”, aunque no se sepa muy bien qué significa eso. Pero que otorgan rápido las preciadas hojas de laurel de la selección, o incluso del premio a Mejor Dirección, Corto o cualquier categoría.
Son los festivales falsos o los pseudofestivales, certámenes fantasma que pululan en redes y se alimentan del desconocimiento de directores o productores novatos y la promesa de “prestigio” para quien quiere llenar de laureles el cartel de su título sin ser muy consciente de que según qué “premios” pueden hacer más mal que bien a su credibilidad. No son un fenómeno nuevo, pero sí incrementado por la existencia de más festivales (estos sí reales) 100% online y por el actual boom del audiovisual.
Festivales falsos y pseudofestivales
Marta Salvador, distribuidora en Distribution with Glasses, tuvo cierta repercusión en el sector hace unas semanas al publicar un hilo en redes sobre el tema. Atiende a Cine con Ñ por teléfono tomándoselo con humor: “Trabajo con muchos directores y directoras que me hacen sugerencias de festivales que les llegan porque ven que otra persona ha sido seleccionada y quieren probar… y entonces ves que es uno de estos festivales. Te dicen: ‘Mira, es que he mandado yo esto y me lo han cogido’… y se acaban de gastar un dinero en un certamen de EEUU que no existe cuando les serviría para inscribirse en dos europeos reales”.
Ismael Martín, de Selected Films, que ya denunciaba el fenómeno en 2017, no ve tan fraudulenta alguna de estas prácticas: “Si te llamas Festival X, no usas el nombre de otro, dices en tus bases que si pago me das un laurel… y yo soy tan tonto que lo hago, ese ya es mi problema, pero tú no me has intentando engañar. Yo puedo montar mañana un restaurante en el que doy de comer aire y ponerlo en el menú. Y va alguien que viene y paga. Pues ha comprado el menú de aire y le dan aire, no le han engañado”.

Martín, en cualquier caso, pide diferenciar entre festivales falsos —los que no existen en absoluto, son una web y una cuenta bancaria— y los pseudofestivales, “los que te hacen creer una cosa que no es, aunque el festival existe”. Un ejemplo sería “un festival, como los hay, que se llame Cannes Film y lo que sea, que efectivamente tiene una proyección en Cannes, en la ciudad. Existe, no puedes decir que es falso, pero está intentando que, si no tienes mucha idea, que lo confundas con el auténtico Festival de Cannes”.
Dentro de la distribución, Salvador admite “que hay gente que se vale de ello. Te prometen que tu corto va a estar en 100 festivales, y se aprovechan de la posibilidad que dan estos festivales falsos. Personalmente prefiero que no lo seleccionen en ninguna parte a mandarte 50 festivales falsos que no te van a valer de nada y encima hemos tenido que pagar. Nadie llega a ver esos cortos, no te va a servir de nada”.
Bucear un poco en redes puede servir para desmontar algunos “cebos”. La web del New Wave Cinema lo presenta como una institución dedicada a organizar “IMDb qualifying competitions for film festivals from all over the world”. Esta pseudocategoría nos la señalan varias fuentes y es particularmente ridícula: inscribirse en la célebre Internet Movie Database (IMDb) es tan fácil como hacerse un usuario y validarlo, no es necesario pasar por la selección de un festival, como para optar a los Goya o los Óscar.
Nombres ‘piratas’, demasiadas categorías y premios semanales
Para Marta Salvador las claves para detectar estos falsos festivales “son muy básicas, cualquiera con algo de calle en el sector lo ve. Están en plataformas de festivales donde sí que hay muchos certámenes reales, con nombres que se parecen a otros de prestigio, pero con inscripciones muy caras. Algunos van a lo descarado, te dicen a las claras que pagar es suficiente para que te seleccionen o incluso te den el premio, pero otros fingen que hay cierta curaduría para engañar”.
Un caso fácil de detectar y hasta humorístico serían las variantes de siglas de premios reales, como las que han imitado las de los European Film Awards, conocidos como los EFA. Añadiéndole un ‘Independent’ o ‘International’ han “existido” los EIFA y los EFIA, o han añadido alguna ‘efe’, aunque ese caso han tropezado con que estaban robando el nombre del Edinburgh Film Festival, un certamen real. Varios festivales de Europa del Este, como el de Bucarest, han denunciado la usurpación de su nomenclatura en el mundo hispanoparlante. En América Latina el fenómenos de los falsos festivales europeos ha sido bastante sangrante y algunas escuelas de cine han advertido a sus estudiantes contra ellos.
Por eso insiste Ismael Martín en “ir al matiz. En la misma Cannes, Austin o Nueva York hay decenas de festivales que no te quieren engañar y está bien que existan”, así que “para afirmar que un festival es falso habría que sumar varias variables. No es solo que cobren tasas, es que te cobren inscripción general y luego por cada categoría, o sea, Mejor Corto, Mejor Documental, Mejor Dirección… Imagínate, he visto alguno que parecía muy barato, a seis euros, pero luego, sumando todo, pasaba de 70 euros. Eso es lo que cobra el Festival de Venecia. Es pasarse. Ahí les pillas”.

Otra variable sospechosa serían los famosos premios semanales o mensuales, pero muchos certámenes de cortometraje legítimos celebran varias proyecciones al año. “En ese caso yo recomiendo fijarse en qué tipo de premios se dan más que en la cadencia. Si son demasiadas categorías y además el festival no tiene una orientación clara, es decir, un tipo de formato o género dominante, sí sería sospechoso”, añade el distribuidor.
‘Laureles’ que dejan mal a quien los luce
Salvador afirma que “quiero pensar que se hace sin mala intención. Sobre todo porque un corto o cualquier otra película que presentas con muchos de estos laureles puede ser hasta perjudicial para quien lo hace. Depende de la persona, pero quien lo reciba va a asumir que esos premios o selecciones no significan nada y que tú no tienes ni idea del sector. No es como tener un laurel de un festival conocido, tipo por ejemplo Sitges, que demuestra que has pasado un filtro real y exigente, sino más bien todo lo contrario”.
Martín va un poco más lejos: “Cuando un distribuidor o un curador serio lo vea, va a pensar mal de ti y de tu trabajo. Una cosa básica de la distribución es probar si tu peli funciona o no. La gasolina de estos engaños es el ego, que ves que otros ponen laureles en sus redes y quieres poder decir que has ganado 40 premios… pero en realidad no has hecho nada. Y el problema es que no te das cuenta de sí vas o no por el camino adecuado. Si tu corto no funciona, no funciona, no te engañes pagando 1000 euros por 40 premios que no valen nada”.
Y añade el peligro de que las plataformas o filtros serios, como el mismo ICAA, acaben haciendo una selección muy restrictiva de festivales por culpa de esta práctica. “Es evidente que tienen que tener una selección, pero si se acaban poniendo tan estrictos que se dejan fuera convocatorias online honestas o festivales muy pequeños en ciudades donde ya hay otro más grande… La gente va a querer estar en los certámenes que califiquen, y esa restricción impediría crecer a los proyectos nuevos. Hay que cuidar la honestidad”.
Es la paradoja de los falsos festivales: sirven para confundir a quién esté fuera o en la periferia del sector audiovisual, pero hacia dentro acaban provocando desconfianza hacia los certámenes que precisamente podrían cumplir con la función de filtro y trampolín para nuevos talentos. Es decir, acaban devaluando la propia mercancía que venden, porque si todo el mundo luce un cartel lleno de laureles que son apenas un adorno, entonces es como si nadie lo hiciese.
