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Almodóvar triunfa con un wéstern ‘queer’ que deja con ganas de más

Ethan Hawke y Pedro Pascal encarnan la ley y el deseo en un ejercicio de estilo depuradísimo marca de la casa

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“Hace años me preguntaste qué pueden hacer dos hombres viviendo en un racho”, le dice Silva, interpretado por Pedro Pascal, a Jack, con el rostro de Ethan Hawke. Ellos son antiguos amigos y amantes que se reencuentran en Extraña forma de vida, la miniatura (de lujo) con la que Pedro Almodóvar ha vuelto a presentarse en el Festival de Cannes y con la que de nuevo ha sido ovacionado en el certamen francés. 

Producida por Saint Laurent Productions, Extraña forma de vida supera su condición de artefacto publicitario para dar forma a una nueva entrega del universo almodovariano y ofrecer el que tal vez sea el Almodóvar más depurado y conciso. ¿Es Extraña forma de vida un ejercicio de estilo? Sí, sin lugar a duda, pero también una pirueta que retuerce el wéstern con el objetivo de exponer y celebrar el homoerotismo latente en el género más masculino por antonomasia. 

La frase que, ya hacia el corolario del cortometraje, le dice Pascal a Hawke contiene, de hecho, todas las intenciones que se agitan en la película: un amor clandestino que lucha por ser visible, una idea de cuidado y protección, unos anhelos que, por fin, y no sin dificultades añadidas, podrían convertirse en realidad. Por resumir, en términos almodovarianos, estamos frente a dos cowboys al borde del ataque (de nervios) entre la ley y el deseo. Entre el dolor y la gloria. 

Fiel a su universo; transgresor con el wéstern 

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En Extraña forma de vida, Almodóvar se ciñe a ciertas convenciones narrativas del wéstern —el forastero que llega a un enclave fronterizo, el duelo y el baile de balas, el suelo polvoriento y el paisaje gobernándolo todo— para transgredir los arquetipos de género y de orientación sexual de sus protagonistas, convirtiendo lo que, en el cine clásico, sería una historia testosterónica en una hermosa evocación del enamoramiento. 

Cuando Silva y Jack se separan tras la noche de amor de su reencuentro, después de 25 años sin verse, Almodóvar los filma por separado recordando la pasión que acaban de revivir y la pasión que los unió. Son dos escenas diametralmente opuestas en términos cinematográficos —un primerisímo plano increíble que muestra los perfiles de ambos enfrentados, sudando, extasiados; y una breve secuencia dionisíaca que recuerda a la fiesta de Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969)—, pero ambas contienen la esencia de Almodóvar, el que fue y el que hoy es. 

Un wéstern de rostros 

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Extraña forma de vida es un wéstern a la manera de Almodóvar, aunque ello significa, por otra parte, que las escenas de lucha dejen una sensación de déjà vu. Poco importa, porque el cortometraje aspira a ser un wéstern de rostros, gestos y miradas, pero no a la manera de Sergio Leone, maestro en la modulación del duelo de miradas, sino como trabajo que ahonda en proponer una nueva iconografía del género

Aún y así, hay momentos algo esquivos. El juego de lentes y escalas produce una cierta extrañeza y hay escenas en que la partitura de Alberto Iglesias no acaba de imbricarse con las imágenes. Son detalles de la escritura de Almodóvar que, en esta película, pueden entenderse como una apuesta por el riesgo, como una búsqueda, como hemos apuntado, por dotar de una nueva manera, o como mínimo diferente, de filmar las figuras del wéstern.  

Ethan y Pedro, Jack y Silva 

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De ahí la importancia de unos actores tan carismáticos como Ethan Hawke y Pedro Pascal. La ley y el deseo, respectivamente. Si el primero encarna la gelidez de quien se resiste al gozo del amor, el segundo es todo piel y carne, un personaje que es una llama deseante, arrebatador. Dos arquetipos de lo masculino que definen asimismo el universo de Almodóvar.

Ellos son el alma de Extraña forma de vida. Al igual que el mimo con el que trata a sus actrices, cediendo la cámara a sus rostros y emociones, aquí la pareja formada por Hawke y Pascal se adueña de la pantalla para crear una emoción invisible entre ellos. Almodóvar muestra lo justo y es en ese gesto de contención cuando crece, fuera y dentro de nosotros, la película. Cuando acaba el cortometraje, de hecho, es cuando las historias de Silva y Jack comienzan. Y nos da algo de pena no estar ahí para verlos.

Imágenes: Rodaje de Extraña forma de vida – Iglesias Mas/El Deseo (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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