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De perdidos a Río: Amigotes en crisis

Una comedia entre colegas que se aferra a una fórmula incapaz de actualizarse y un hilo argumental mal llevado

De perdidos a Río: Amigotes en crisis 1

El protagonista de De perdidos a Río es Pedro (Pablo Chiapella), un policía “de pasaportes” metódico y asustadizo. Un día le llaman para comunicarle que uno de sus amigos de la infancia, Mateo, ha muerto en Brasil y que tienen que identificar el cadáver para poder repatriarlo. Como a Pedro le da miedo volar, le pide a otros dos amigos (Fran Perea y Carlos Santos) que le acompañen hasta Río de Janeiro. Pero a su llegada descubren que el muerto no es Mateo y que su viejo amigo debe estar metido en un lío muy gordo.

De perdidos a Río es un corte de película comercial que cada vez se destila menos —especialmente en el restringido cine español con ansías de taquilla—: la comedia “de colegas”, gamberra y alocada. Entre la buddy movie y la comedia americana de fraternidades universitarias. Joaquín Mazón (La vida padre) se pone a los mandos de intentar resucitar este tipo de película a la causa, que tuvo a Descarrilados (2021) como su último gran intento en salas. Y quizá el muerto estaba en la caja por algo.

La película de Mazón naufraga sobre todo en cómo le da forma a su vis humorística, que es de lo que va todo esto, pero también lo hace en su pretendida exaltación de la amistad, que suele ser el corazón emotivo (a veces con algo de amor romántico, otras no) de este tipo de película. Nada de lo que podía funcionar funciona: falla un argumento sin tensión cómica ni dramática alguna, tropieza el ritmo de la mayoría de los chistes y los gags y tampoco brilla ninguna de las secuencias de acción.

Los colegas ya no son los de antes

De perdidos a Río: Amigotes en crisis 2

Lo de colocar a De perdidos a Río en un subgénero tan concreto no es capricho. Mazón coge y recoge sin disimulo a lo largo de la película todo tipo de ganchos y referencias a la comedia “de colegas”. De las más clásicas y también de las modernas: desde aquellas derivaciones colegiales y universitarias que tan bien han funcionado en Estados Unidos desde finales de los 70 (Desmadre a la americana (1978) como tótem) hasta las derivaciones de la nueva comedia americana del siglo XXI, con los desastres de la saga Resacón (2009-2013) como principal guía y refresco de la fórmula que planteaba a finales de los 90 American pie.

El problema es que han pasado 10 años desde que acabó la saga pero seguimos con resaca: las mismas ideas, los mismos chistes, los mismos giros y los mismos arcos para sus personajes. Esto no es una casualidad, es un bucle del que este tipo de comedias no sabe cómo salir. Más que por falta de imaginación o pereza, que también, me atrevo a decir que el problema está en un cambio no detectado de nuestra cultura humorística. El cine comercial se empeña en construir un producto cómico apelando a un supuesto público objetivo (el hombre heterosexual), que, sin que se haya producido un grandísimo cambio a nivel macro/mainstream, es menos monolítico y uniforme que antes como para apelar a él de la misma forma. Se puede hacer humor con gañanes sin que la película lo sea.

Los que escriben y dirigen este tipo de películas son conscientes que los arquetipos no son exactamente iguales que hacen 20 años (porno mediante para evitar ridículos), pero no saben cómo darles la vuelta. Por eso últimamente los repiten pero sin la misma convicción. Y esto, que le pasa también a De perdidos a Río, es por una falta de lectura del momento. Los mismos chistes y personajes pueden hacer gracia un rato, pero incluso un odiador de lo woke al que le encantaría descojonarse con un chiste que insinúa que un personaje es gay puede percibir que esto, así, no funciona. Aunque él le echaría la culpa a la “corrección política” o la “cultura de la cancelación”, cuando en realidad es por un paradigma aún en movimiento.

La búsqueda de mínimos

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Este gran lastre cómico que va arrastrando la fórmula de De perdidos a Río se complementa con una línea argumental perezosa, arbitraria y con claros problemas de montaje. Muy rápidamente se descubre el misterio alrededor del personaje ausente, que podría haber sido un clásico hilo resultón si se hubiera entendido, y pronto la dinámica cómica en torno a él y lo que genera resulta repetitiva. Por el camino: humor de derribo y repetición, hilos sueltos de personajes, arcos dramáticos y transformaciones poco justificadas o intereses románticos sin salida.

La sensación es que se ha intentado salvar la película de cualquier forma y se ha logrado a base de estandarizar la propuesta al máximo, perdiendo lo poco que se había sembrado por el camino. Esa estrategia puede maquillar la sensación final de entretenimiento, pero provoca que la película no tenga el ritmo cómico que necesita y que sus tres-cuatro personajes principales no resulten lo suficientemente simpáticos o bien explicados para poder aguantarles con una sonrisa durante una hora y media. De perdidos a Río representa perfectamente este tipo de comedia desnortada, que ya no sabe cómo justificarse a sí misma a partir de un target que ya no es el mismo.

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Imágenes: De perdidos a Río (Montaje de portada: Cine con Ñ)
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