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Las niñas: La importancia del punto de vista

Un debut ilusionante que crece en su forma de narrar.

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Zaragoza, 1992. Pilar Palomero elige su ciudad natal para narrar el proceso de maduración de Celia, una niña de 11 años que crece entre la educación de un colegio femenino religioso y la importante relación con su madre soltera (Natalia de Molina). La escena que abre Las niñas, el debut en el largometraje de Palomero, muestra a la protagonista junto a otras niñas de su clase ensayando una canción para la función anual de la escuela, la cual sirve como una metáfora de presentación audazmente escogida de lo que es esta película.

La canción del inicio nos habla, como veremos a lo largo de la narración, de la rebeldía de la protagonista por adoptar una voz propia dentro de un ambiente (religioso) que, más allá de la fe y las creencias particulares -terreno en el que no incide la directora-, tiende a establecer un control dogmático desde la infancia, y especialmente en relación con la figura de la mujer en la sociedad, tanto de principios de la década de los 90 como en muchos aspectos posiblemente heredados en la actualidad.

El cine español está conociendo en los últimos años una estimulante “ola” de estrenos de directoras debutantesVerano 1993 Ojos negros que rebuscan en su propia memoria (y concretamente en la infancia) para, por un lado inaugurar “su puesta en largo” dentro del cine, como para dar su punto de vista sobre el mundo a través de un personaje que acaba perdiendo la inocencia a lo largo del relato. Resulta asimismo interesante insertar esta visión “desde la niñez” dentro de una larga (y celebrada) tradición de nuestro cine, con ejemplos tan notables como El espíritu de la colmena (1973) o Secretos del corazón (1997).

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En estas cintas, la mirada preadolescente descubre realidades que la sociedad adulta oculta, y que en la mayoría de los casos se deben a errores de “nuestros mayores” que tienden a esconderse antes que tratarse de forma explícita. En el caso de Las niñas, la llegada de una chica nueva de Barcelona a la clase, Brisa, le servirá a Celia como punto de giro para empezar a cuestionarse el statu quo y reflexionar sobre una serie de asuntos personales: lo que comienza como un autodescubrimiento “natural” junto a su grupo de amigas, acaba muy ligado a incógnitas sobre el pasado de su madre.

En este punto en el que tenemos claro el “qué” -una temática y un mensaje con los que muchos espectadores se pueden sentir identificados independientemente de su generación o ambiente educativo-, es importante pensar acerca del “cómo”. En primer lugar, el punto de vista: Palomero baja la cámara al nivel de Celia y sus compañeras para hablar de cómo vivió (y cómo evoca) esta historia de crecimiento, lo cual recuerda positivamente a Carla Simón y su mencionada Verano 1993 (2017). Dentro de este apartado hay que destacar el tremendo trabajo de dirección con las actrices protagonistas, las cuales llevan el peso de la trama transmitiendo espontaneidad y sinceridad en sus acciones (especial atención a Andrea Fandos).

En el plano adulto, Natalia de Molina, excelente actriz cuyas apariciones en pantalla siempre son una buena noticia, interviene en una papel secundario que va creciendo conforme se desarrolla la narración y que termina con una visita “al pueblo” en el último tercio en el que Palomero tiene tan claro lo que está rodando que podría desligarse del resto del relato a modo de cortometraje y los conflictos de los personajes se seguirían comprendiendo sin ninguna dificultad. Aunque sean madre e hija, ambas personas son “niñas” que tienen que sufrir el escrutinio de la sociedad acerca de las acciones y las decisiones que ya tomaron, toman o tomarán, sean mejores o peores.

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En cuanto al nivel formal, el formato “rectangular” (4:3) funciona como un gran acierto a diferentes niveles: permite estar más dentro del “mundo de Celia”, manteniendo la coherencia con el citado punto de vista, ayuda a la ambientación de la película al evocar un estilo analógico y sirve para subrayar la opresión externa (e interna) de una niña protagonista que se ve “atrapada” tras ver cómo sus creencias y su forma de ver el entorno cambian. El hecho de que el cuadro “se cierre” fija nuestro punto de atención y constriñe un conflicto que huye de lo panorámico. Además, el rodaje en interiores acaba por explotar este acertado recurso.

En definitiva, Las niñas resulta una gran noticia para el cine en un curso en el que tenemos que lidiar con una realidad anómala pero en la que al mismo tiempo también disfrutamos de la oportunidad de ver en cartelera otras propuestas -extranjeras- como Papicha (2019), filme que bien puede servir como complemento a la reflexión sobre el papel de la mujer que plantea Pilar Palomero, y que no deja de ser una afirmación más de una tendencia global. Siempre es ilusionante que los debuts enriquezcan la multiplicidad de puntos de vista de un arte en el que, si pensamos que todas las historias “ya están contadas”, el interés reside en la forma de narrarlas.

 

Jorge Dolz (@J_Dolz)

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