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La última lidia: Diálogo de besugos

Tomás Ocaña Urwitz se atreve con un documental bien realizado pero demasiado ambicioso, tanto que se pierde en bandazos mientras aspira a una neutralidad que ni alcanza ni percibirá ningún espectador

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La última lidia es un documental que contrapone diferentes visiones sobre el mundo del toreo con una corrida del matador Saúl Jiménez Fortes celebrada en Málaga en agosto de 2022 como hilo conductor. Esa lidia será la última, o para él o para el toro, y a partir de ahí se construye el discurso de los defensores de la misma y de sus detractores, activistas por los derechos de los animales que consideran un espectáculo bárbaro la tortura de los astados.

Tomás Ocaña Urwitz, periodista de investigación y productor audiovisual con cierta carrera a sus espaldas, pega un giro en su carrera como director de documentales: del social, pero inofensivo, Activista Z (2020), sobre la juventud actual, y el complicadísimo y brillante true crime sobre corrupción policial Lucía en la telaraña (2021), a este artefacto polémico que parece alejarse bastante de los universos que le interesaban.

La última lidia, en fin, es un intento voluntarioso de presentar argumentos antitaurinos razonables a los aficionados o de convencer a los animalistas de la belleza de la tradición y su bondad, explicando algunos conceptos de ambos espacios al lego. Quien mucho abarca, poco aprieta, como dijo el refranero. A quien conozca el debate es posible que le aporte poco más que una lista de discusiones conocidas y más que sobadas y a un hipotético e imposible espectador 100% neutral y virginal le parecerá un poco sesgado para cada lado según el momento y, quizás, confuso.

La última lidia y la antropología del toreo

La última lidia documental

La última lidia quiere ser algo así como el documental definitivo de la tauromaquia, ese capaz de abordar el tema sin posicionarse de manera que pueda ser contemplado con aprobación tanto por defensores como detractores de la misma. Una tarea bastante complicada, casi imposible por definición, y que además perjudica a la estructura narrativa de la propia película por su empeño en dar espacio equivalente y argumentos de ida y vuelta.

Por un lado, porque para comprar la belleza del espectáculo o el enfrentamiento de «la verdad del torero grande contra la verdad del toro grande» hay que tener cierta predisposición previa que te haga compartir dicho espacio mental. Y lo mismo, de vuelta, para darle la razón a quienes opinan que está «fuera de tiempo» porque «vivimos en un mundo globalizado» (sic). Y por otro porque la parte jurídica, es decir, la única que puede tener efectos reales, es también la única que deja claro… que, hoy por hoy, es un callejón sin salida.

Por supuesto, en La última lidia aparecen personas perfectamente razonables y con argumentos asumibles por cualquiera que no esté muy zumbado desde ambos «extremos», por decirlo así, del debate. Un ecologista que regenta un refugio para animales maltratados que explica que se hizo vegano por coherencia o un ganadero que explica las vertientes culturales de la fiesta, personas que caen simpáticas solo por cómo se explican y que probablemente se podrían sentir a departir sobre el tema sin demasiado drama. Aunque sabiendo que no se van a convencer el uno al otro.

Aún así, que toca tercio de banderillas, hay una colección de argumentos falaces, y que en el caso de los defensores de la tauromaquia, además, a veces rozan, con perdón, lo cuñado o lo ridículo, por pasarse de cursis. Las letanías animalistas suenan a eso, a letanía, y a quien no esté igual de concienciado que los activistas que aparecen aquí le entrarán por un oído y le saldrán por el otro, pero defender que el toro «no elige» porque «las personas tampoco» es todavía más simplón que decir «toros franquistas». Y por cierto, sí, hay un señor que lo dice, más o menos. Y otro le responde que no, que son antisistema. Los dos se lo creen honestamente, encima.

La última lidia y los antitaurinos

La última lidia documental

Mucho más interesante, dentro de lo deslavazado de los «episodios» que componen La última lidia, es el debate en torno a si Goya o los poetas del 27 eran taurinos o no, en el que algún analista viene a decir que tiene más que ver con quién los lea que con ellos. Por supuesto, es tan falaz como el resto de contraposiciones anteriores y es uno de los animalistas quien lo señala, cuando dice que el debate no puede ser un juego de cartas en el que uno saca a Lorca y otro le opone a Jovellanos. Es verdad que, por el simple peso de la tradición, él perdería, pero no deja de tener razón.

Porque, cambiando de tercio, no se entra en dos temas que sí que serían peliagudos y pondrían en brete a los taurinos (y a algún antitaurino): por qué la Fiesta se ha convertido en un elemento identitario del nacionalismo español y cierta extrema derecha, que tiene que ver con las dinámicas del franquismo pero también de cierta izquierda, y si es económicamente viable. Porque los toros están muy subvencionados, sobre todo en proporción a su peso económico en el PIB, por ejemplo, y sería interesante ver qué tiene esta gente que decir sobre eso.

Sacando a los cabestros, resumiremos con que La última lidia es un documental bien ejecutado pero que se pasa de ambicioso y, de tanto querer ser total, se queda en cortado, sin un discurso que lo acabe de hilar, ni siquiera la corrida que supuestamente narra y que se va perdiendo entre que si Goya le gustaba la Fiesta o no. A veces parece un alegato a favor que incluye a Rosa Montero para parecer ecuánime y otras un discurso de un animalista que lo quiere disimular tanto que se pasa. Y no, eso no es bueno, son bandazos, es humillar, pero humillar mal.

Imágenes: La última lidia – Zebra Producciones
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