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No se lo digas a nadie: El contexto del morbo

Una serie documental demasiado bien ejecutada para lo que merecen sus objetivos

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No se lo digas a nadie explica en cinco episodios el contexto, los antecedentes y el desarrollo de la investigación del crimen de Pioz, un caso de asesinato particularmente desagradable y morboso, en el cual el joven ciudadano brasileño residente en España, Patrick Nogueira, mató y descuartizó a su tío, la esposa de este y los dos niños pequeños hijos de la pareja. El culpable fue detenido porque llegó a contarle por mensajes de WhatsApp todo el proceso en directo a un amigo que residía en Brasil.

Las series documentales de Atresplayer se alejan por primera vez del famoseo enmascarado de análisis de la cultura pop y sus aledaños o de servir de complementos a sus producciones de ficción para meterse de cabeza en un true crime complicado de plasmar, por lo truculento y complejo del caso, y al mismo tiempo un caramelito para este tipo de productos. El formato está empeñado en no dejar un solo suceso luctuoso o violento sin “analizar” en Españita, al precio que sea.

El true crime tiende a basarse en dos reclamos. Por un lado el de analizar el impacto de los hechos en su contexto sociopolítico (a veces con crítica al tratamiento mediático, como en los de Alcàsser o el caso Wanninkhof), por otro los manidos y casi siempre falsos “nuevos datos”. No se lo digas a nadie tira por la calle de en medio, la de Lucía en la telaraña o 800 metros, y se limita a un repaso exhaustivo de los hechos probados explicándolos sin enmarañar. Solo que este crimen es un hecho violento puntual, no un caso de corrupción policial o un atentado terrorista.

Que quede entre nosotros

No se lo digas a nadie

Y mira que la serie se esfuerza. Intenta contextualizar la vida de las víctimas en España, el municipio de Pioz y las razones por las que la investigación apuntó en un primer momento a ajustes de cuentas o algún tipo de actividad ilícita por parte del padre, que estaban teñidas de prejuicios clasistas y racistas, pero se despejaron pronto. El guión quiere con fuerza unir temáticamente la confesión involuntaria del asesino con los debates sobre las redes actuales (el caso es de 2016). Pero son casi pegotes, a veces alargan innecesariamente la narración.

Así que al final No se lo digas a nadie se basa, por una parte, en lo especialmente violento y sin sentido del caso, y luego en el, digamos, morboso sainete de que el culpable se lo contase a un colega por WhatsApp, casi como el que le cuenta que lo pilla haciendo unas chapuzas en el caso. En el mismo tono, mira, que se me pasan los macarrones, pues oye, yo aquí, asesinando a mi familia. Sí, es humor negro, pero es que la serie documental tiene momentos involuntarios del mismo.

De no ser un intento un poco pedante de lo mismo de siempre la salvan las aportaciones de los policías y expertos que intervinieron en el caso, que tiene la ventaja de ser reciente y sin implicaciones políticas. Desmitifican el falso glamour y la intensidad que la ficción se empeña en darle a esta clase de casos y muestran a personas normales y corrientes que quedan traumatizadas por tener que tratar con esa clase de crímenes, mostrando a los asesinos como seres sórdidos, no como maquiavélicos y sofisticados supervillanos, algo de agradecer en un documental.

Mosquitos a cañonazos

No se lo digas a nadie: El contexto del morbo 2

Por otro lado, queda la sensación de que todo lo que se cuenta en los cinco episodios de No se lo digas a nadie habría cabido en tres —a la inversa que otra docuserie que llega la próxima semana, Supergarcía, que acumula en tres material para ocho—. Se plantean las cuestiones morales y legales que rodean el caso a los familiares de las víctimas y del asesino, se describe la recepción mediática en Brasil de los hechos, se exploran todas las aristas… para al final, muchas veces, no aportar demasiado o no salirse de lo esperable.

El montaje es efectivo y, en general, No se lo digas a nadie no está mal narrado. Quizás se le puede reprochar que se pase los dos primeros episodios mareando la perdiz de la identidad del asesino cuando fue un caso mediático y además bastaría con googlear para acabar con la intriga. Pero, como comentábamos más arriba, todo este esfuerzo son solo capas para ocultar un producto no tan lejano del reciente Anglès: historia de una fuga. Es decir, que no aporta demasiado y solo quiere rentabilizar el morbo del asunto.

Archivando el caso, No se lo digas a nadie es una serie documental demasiado bien ejecutada para lo que merecen sus objetivos. Un true crime más explotando el morbo de la violencia que intenta disfrazarse de producto más elaborado pero no tiene mucho que concluir sobre ello. Este terreno, el de convertir un caso de violencia puntual en análisis social, siempre pertenecerá a la ficción, porque esta tiene obligación de tener sentido. La realidad no, la realidad es caótica y sin explicaciones cerradas, y así es más difícil montar un relato.

Imágenes: No se los digas a nadie – Atresplayer
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