Una continuación coherente con la primera parte: culebrón efectiva que mantiene pendiente del siguiente con el extra, para quien lo quiera, de las referencias cinéfilas y la estética propias de su director
Sagrada Familia T2: La herencia de Tía Ágata

En la segunda temporada de Sagrada Familia Gloria y sus hijos se enfrentan a las consecuencias de sus actos en la primera entrega. Ahora tiene secuestrada a Natalia, la viuda de su hijo Santi y madre de Nico, su nieto, al que hace pasar por Hugo, su hijo. Pero el padre de Natalia, un rico y conservador empresario argentino, les sigue los pasos y no los va a dejar escapar. Además sus dos hijos supervivientes se enfrentan a diferentes pérdidas sentimentales provocadas por lo ocurrido en la temporada anterior… y a la aparición de nuevas personas en su vida, retorcidamente relacionadas con las que acaban de marcharse.
Vuelve Manolo Caro, vuelve el despiporre. El director mexicano sigue a su ritmo de, mínimo, una temporada de serie al año en Netflix, y con su estilo mezcla de referencias pop y de cine clásico, aquí mucho más matizado que en el cualquier otro título de los últimos años (aunque sin llegar a la brillantez de Alguien tiene que morir o al despiporre de La casa de las flores). Desde La casa de las flores una de sus creaciones no renovaba, así que esta entrega, que encima se ha anunciado como que cierra el arco de Najwa Nimri y familia, pero en realidad deja una pequeña puerta abierta a seguir, es una especie de hito.
La segunda temporada de Sagrada Familia es lo mismo que la primera, pero por turbina. El mix de referencias al cine de los 90 en general y español en particular se amplía, con el Almodóvar de Todo sobre mi madre dominante, pero con toques de Amenábar, aprovechando que Nimri también estuvo en Abre los ojos. El melodrama, único género donde se siente cómodo Caro, se potencia. Y mientras esa puerta que abrió el mexicano se ha convertido en la dominante en el sector: culebrones panhispánico en coproducción donde importan más las estrellas que los personajes, y eso sí, evitando las cuestiones políticas en las que él se reboza sin vergüenza alguna. En fin, al lío.
Madre no hay más que cuatro, o quizás cinco

Es lógico que la serie “acabe” de alguna manera porque, al contrario que La casa de las flores, esta no es una comedia y puede aguantar un límite de giros inverosímiles y decisiones loquísimas por parte de los personajes. Como siempre con Caro, es más interesante la estética particular que crea y el universo paralelo que la acompaña que la historia en sí, tan enrevesada ya que se acaba perdiendo incluso el juego de situaciones espejadas en torno a la maternidad. No es que no añadan nada nuevo, que ahora vamos con eso, pero si la serie se hubiese terminado en el 1×08 tampoco habría pasado nada.
Ya, es un poco contradictorio pedir más, más o menos, y luego decir que sin los nuevos podríamos pasar. Sí que hay que dejar claro que la secuela no se siente un pegote, más que nada porque los eventos siguen automáticamente a los del último episodio de la primera entrega. De hecho los trayectos de los personajes de Macarena Gómez o Jon Olivares, al que por fin le dan un papel dramático que no es de bruto, tienen sentido al completar sus arcos con las dos temporadas y añaden nuevas visiones a la reflexión sobre la familia y los cuidados que es la serie en general.
Comentaba que Caro acaba enfangándose en las lecturas políticas de lo que propone porque esta segunda temporada de Sagrada Familia acaba abundando más en la lectura religiosa de todo esto, dejando claro que las posibles conclusiones conservadoras en torno a su argumento no tendrían sentido. Claro que es difícil que alguien pueda pensar eso cuando nos dan más tórrido romance gay intergeneracional y hasta una comida de culo (no sé cómo decirlo más elegantemente) heterosexual, por si acaso. Un día habrá que pararse a hablar de la representación del sexo en Netflix, pero no hoy. Que limpio y coreografiado es todo siempre, reley.
Peor que el Cluedo y que toda la tienda de juegos

Esto ya estaba en la primera, pero lo repito por si acaso: los años 90 como ambientación tienen sentido. Primero, porque el cine al que se está homenajeando y del que se toman referentes —argumentales, estéticos y hasta alguna composición o movimiento de cámara— es el de entonces. Segundo, porque muchas cosas que pasan, si hay móviles, se acaban en el minuto dos. Como ven estoy intentando no desvelar ni media pista de los giros del argumento, que tiene más romances, más tragedias, más giros inesperados. Al menos meten de vez en cuando alguna broma, como lo del Cluedo que se ve en el tráiler, porque si no ya sería demasiado.
El reparto, pues nada, cada uno en su papel. Entre los nuevos fichajes, lo de Abril Zamora es casi un cameo, aunque tenga peso en la trama, y el que se luce es Daniel Grao. Najwa Nimri hace de Najwa Nimri, Alba Flores de estrella invitada y, de los chavales, mucho mejor en esta segunda vuelta Carla Campra que Iván Pellicer, quizás porque toma decisiones menos locas, aunque se suponga que el protagonista, narrador y personaje que ve todo esto desde fuera y con distancia irónica sea él. En general hacen su trabajo, aunque ninguno esté de premio.
Sacando ya la tarta, que los niños mañana tienen clase: la segunda temporada de Sagrada Familia es otro culebrón efectivo, que te mantiene pendiente de cuál va a ser el siguiente secreto en ser revelado o qué romance loco seguirá a continuación. Añade el extra de las referencias cinéfilas y el mundo particular de su autor y su gusto por el melodrama, pero es ya para fans fatales del mismo. Y, si la cosa es seguir teniendo culebrón loco, al menos que haya una idea detrás y sea entretenida.