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La mala familia: Ir a la cárcel es una cuestión de dinero

Un documental que busca una honestidad poco habitual en el cine social convencional

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La mala familia cuenta la historia de Andrés, un joven de barrio que se ve metido en un problema judicial a raíz de una pelea de discoteca cuando era más joven. Tras acabar en prisión por una condena menor por no poder permitirse ni un buen abogado ni pagar la multa, Andrés sale con permiso penitenciario y su viejo grupo de amigos se reúne para celebrar una fiesta y pasar un fin de semana juntos aprovechando la ocasión. Momento que aprovechan para hablar de sus vidas y situaciones, marcadas por la experiencia de Andrés y problemas similares.

El documental llega con un doble componente que le da cierta personalidad propia: la autoría «colectiva» y la estructura documental más cercana a la ficcionalización, sin llegar a ser la típica película convencional con actores no profesionales interpretándose «a sí mismos». Ambos elementos están relacionados: el colectivo audiovisual BRBR, con los directores Nacho A. Villar y Luis Rojo a la cabeza, está reflejando una historia real extraída de su experiencia directa, con jóvenes a los que conocen y eran vecinos o amigos de su propio barrio.

Eso hace que La mala familia pueda presumir no de que sus actores «se interpreten a sí mismos», sino que son personas que han contribuido a construir la historia, el guión mismo de lo que vemos ante la cámara —aunque para darle forma profesional al resultado final se encuentren los propios directores y Raúl Liarte (El año del descubrimiento)—. Eso no hace la película «mejor» ni «peor» desde un punto de vista cinematográfico, pero sí hace interesante y un poco más única su propuesta, en mitad de tanta propuesta presuntamente independiente que resulta clónica.

La mala familia y el cine «social»

La mala familia película BRBR

Cuenta Javier Tasio, productor de La mala familia, que cuando fueron a grabar el juicio que se ve en la película, pidiendo permiso a la jueza, esta le preguntó que por qué les interesaba aquello. «Si esto pasa todos los días», vino a decir. El productor lamenta, años después de aquél momento, no haberle respondido: «Pues por eso mismo, porque pasa todos los días». A veces en la película de la impresión de que los mismos creativos, ya metidos en el impacto de la propiedad cotidianidad de lo que ocurre, les pasa como a la jueza, y no dramatizan cuando podrían. Y eso es bueno.

Que los protagonistas de La mala familia, Andrés y compañía, tengan tan asumidas las duras condiciones de supervivencia que les imponen ser quienes son y vivir donde viven es algo naturalizado por la narración, que no quiere refregárselo al espectador, solo reflejarlo. Los diálogos a veces no fluyen todo lo naturales que un documental al uso los haría sonar, pero la tensión que se crea entre ellos en momentos puntuales, o el apoyo e incluso la ternura, sí, y por ahí gana la credibilidad.

La narración es clásica del cine independiente de no ficción, pero porque busca no molestar. No hay tanto una innovación formal o un uso particular de ciertos dispostivos como un deseo de usar estas herramientas vistas para que el mismo público de «películas sociales» de siempre reciba a esta entendiendo una problemática. Sin que sus protagonistas tengan que darle pena, sin paternalismos, asumiéndolos como seres humanos que, sin ser perfectos, no se merecen soportar según qué situaciones porque no las merecen.

La mala familia y quién dice qué

la mala familia

Por otra parte en la película no hay momentos de carga dramática, digamos, no cotidiana y reconocible. Son un grupo de jóvenes, de entre diecimuchos y veintipocos, con algún veterano unido a la causa, que están de barbacoa y contándose sus vidas. Exceptuando el momento judicial y la transición con Andrés saliendo de prisión para su permiso, el tono general es de normalidad. Y el de esas escenas que se salen de él es enrarecido y protocolario, violento más por lo que no se dice ni se debe que por lo que sí. La cámara busca mimetizarse, siempre que puede, con la experiencia de Andrés, y si él permanece inexpresivo, ella lo imita.

La mala familia, en fin, es una denuncia, porque está muy lejos de querer ser aséptica y tiene claro lo que quiere señalar, pero también un experimento organizativo necesario para nuestro cine independiente y nuestro cine social. Es posible que el resultado no sea el más innovador, pero al menos busca ser honesto, que es más de lo que se puede decir de muchas películas «con causa». Y, sobre todo, es la historia de un chaval que no tiene sentido que esté en prisión en un mundo mínimamente racional.

Imágenes: La mala familia – Amigos Estudio Creativo
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