Una gran planificación narrativa y de la luz que se olvida de dotar a la historia por debajo de fuerza suficiente dando como resultado una película clónica con otro cine “de festivales”
Amanece: Una forma trabajada necesita un fondo sobre el que sostenerse

En Amanece dos hermanas vuelven a reunirse con su madre cuando esta se encuentra enferma. Una ya vive con ella en Almería y se enfrenta al deseo de salir de allí para poder expresarse y salir de los círculos viciosos de las ciudades pequeñas. La otra llega desde Madrid acompañada por su actual pareja, en una situación que los hará enfrentarse a las contradicciones de su relación.
Juan Francisco Viruega debuta en el largometraje con esta historia intimista a través de sus exteriores, una contradicción bien resuelta que revela un director que ha pensado mucho lo que quiere contar, aunque no le salga siempre bien. Es otro rodaje ambientado en el paisaje almeriense, tratando de explotar su condición de desierto junto al mar, que en otras películas como Con los años que me quedan ha servido incluso para pasar por California, y que no siempre ha funcionado.
Amanece, de hecho, roza por momentos el tópico de ciertas óperas primas “de festivales” recientes, con todo lo bueno y todo lo malo que pueda conllevar el mismo. Desde el tipo de historia hasta el reparto de actrices conocidas y los escenarios, el director también autor del guión, la planificación milimétrica… A pesar de que todo este muy bien hecho en general, queda la sensación permanente de muchas de estas películas: un ejercicio de clase (de sobresaliente, pero de clase) con presupuesto.
La luz de Amanece

Vayamos por partes. Amanece es una historia sobre las relaciones humanas, a un nivel más superficial las sentimentales pero conforme más avanza la trama de las familiares, que se expresa a través de la luz. En los tres episodios en que se divide, marcados por sus tres personajes principales, pasamos de una parte del metraje 100% desarrollada en exteriores, otra donde viajamos entre la luz natural y todas las artificiales posibles incluyendo la de una sala de revelado, y un final en el que alternamos hasta cerrar con una oscuridad que busca la iluminación naturalista.
Al mismo tiempo, la identidad de las tres protagonistas se expresa sobre sí mismas y su relación con los demás a través de los objetos. Por ejemplo, coqueteando con la presencia física de algo tan aparentemente obsoleto como la fotografía analógica. O presentando las reglas del juego a través del eremita troglodita de las primeras secuencias, que vive con sus objetos personales expuestos al aire, y por tanto, a pesar de vivir aislado, más vulnerable que cualquier otro personaje.
En este sentido hay que reconocerle a Amanece que, por una vez y sin que sirva de precedente, esa frase tan manida de “el paisaje es un personaje más” es real, al menos hasta cierto punto. Esta película se podría haber rodado en otro lugar, pero no habría sido igual. La personalidad del paisaje lunar almeriense, su relación con el mar y la luz con la impregna sus interiores le dan un ambiente que solo es suyo a la película, de manera que se justifica plenamente que este sea el espacio de la historia y no otro.
Lo mismo a la vez en todas partes

Pero. Por otro lado. Aunque Amanece sea una película técnicamente impecable y con una planificación muy cuidada —y un gran trabajo de sus actrices, pero eso va por descontado—, eso no impide que resulte… fría. Como si se hubiese trabajado tanto el lenguaje cinematográfico que independientemente de la fuerza que puedan tener por escrito sus reflexiones sobre las relaciones humanas, se haya olvidado de que todo ese artificio narrativo debe estar al servicio de una historia, y no al revés. De ahí la sensación de ejercicio de clase, en el que el director despliega su dominio del lenguaje audiovisual, pero solo eso.
No son problemas privativos de esta película, sino que ya los denunciaban algunos artículos paridos desde las entrañas del sector o incluso película como Zarata. Largometrajes en los que el planteamiento, como dossier destinado al Lab, la Residencia o el examen final del Master son impecables y que llegan a festivales de prestigio porque sus criterios de filtro no están tan lejos unos de otros, pero que resultan clónicos y, muchas veces, sin alma. Amanece es una buena película, pero una más que se cree rompedora y reflexiva cuando es previsible y repetitiva.
Bajando la persiana, todo esto no quiere decir nada sobre la pericia profesional de nadie, al contrario, es evidente que esta existe y, junto a ella, la capacidad de ir mucho más allá. Más bien habla de las dinámicas de una parte de la industria, un tanto aislada en su burbuja festivalera y crítica —a la que posiblemente medios como este contribuyan al reproducir en ocasiones sus vicios—, desligada de un tipo de narración no necesariamente más popular pero sí más pegada al tiempo que le ha tocado vivir más allá de mencionar la precariedad por encima o salpicar de diversidad las subtramas.