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A 1000 km de la Navidad: Simpática y entretenida

La película de Netflix no pretende más que tenernos una horita y media entretenidos y sonriendo, así que poco se le puede reprochar

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En A 1000 km de la Navidad Raúl, un contable solitario, descreído y que odia la Navidad, acaba en un pueblo perdido de Los Pirineos auditando a la empresa de turrones local y en mitad de la preparación de un Belén viviente que intenta batir el récord Guinnes. Por supuesto, el contacto con la gente del pueblo y su espíritu navideño -además de una atractiva lugareña- lo llevará a cambiar y volver a conectar con sus mejores sentimientos, aunque no sin dificultades.

Netflix ha parido una de sus películas en serie, inofensivas y olvidables la mayoría, sí, pero en este caso concreto, el de A 1000 km de la Navidad, que funcionan como un reloj. La película no da más que lo que uno puede espera, con algún golpe gracioso que se sale un poco de lo habitual y sus cositas así más españolísimas que en la del castillo con Brooke Shields. Las dos horas de comedia de confort te las da. ¿Para qué quieres más?

La verdad es que se trata de una comedia navideña más simple que el mecanismo de un botijo y previsible como ella sola, pero simpática y entretenida. El esquema está más cerca del referente de telefilm tontorrón estadounidense que de las versiones ibéricas -los personajes quedan a ver Qué bello es vivir y no La gran familia, que sería lo católico- pero al menos lo aderezan con una fábrica de turrón y el día del sorteo del Gordo o Los Inocentes como hitos en la trama.

Crítica de A 1000 km de la Navidad sin spoiler

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Porque el spoiler es el propio espectador, más que nada. Con que haya visto un par de comedias de este formato en su vida antes de los primeros 20 minutos ya se imagina casi todo lo que va a pasar, detalle arriba, detalle abajo. La redención del protagonista. Quién acaba en pareja con quién. Hasta alguna coñita final. El malo. El milagro. Tiene sus cosas que la hacen un poco diferente, pero en general está hecha para dar lo que promete, y eso es casi lo mejor que se puede decir de una película.

Quizás lo más original y más gracioso de todo el tinglado son los flashbacks sobre las numerosas desgracias navideñas que han traumatizado a lo largo de su vida al protagonista, a cada cual más cruel y estrambótica. Tamar Novas se recrea en los gags físicos (lo inflan a golpes, al pobre, a lo largo de todo el metraje) y los secundarios, en general, cumplen con ser tan simpáticos como irritantes, para que él tampoco parezca un completo psicópata por no soportarlos.

La película, por cierto, está dedicada a la memoria de Verónica Forqué, que hace una secundaria de lujo como dueña del hostal donde se aloja el personaje de Novas y tía-madre sustituta de su interés romántico. Su nombre es el de más relumbrón en un reparto de secundarios habituales pero cumplidores y Andrea Ros (A quién te llevarías a una isla desierta) demostrando una gran vis cómica como casi coprotagonista.

El Grinch en la España vaciada

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A 1000 km de la Navidad se permite cierto equilibrio a medio camino entre el formato clásico norteamericano al que copia (el animal de gran ciudad que se redime ante la vida sencilla en una comunidad pequeña y familiar) y guiños a esa España vaciada suya, esa España vaciada nuestra. El subargumento que permite ejercer tanto de héroe como de villano provisional al protagonista es que la fábrica de la que depende la economía del pueblo sea de turrón, giro reciamente hispano, junto al Belén viviente que da para una chiste irreverente detrás de otro.

Eso sí, aquí todo es gracioso, simpático y ligero. Si tenemos a Paula (Ros) como alma del pueblo y asfixiada por ser la cuidadora de su comunidad, será esta misma comunidad la que la rescate en su peor momento, ya saben, la derrota del segundo acto, antes de que todo se arregle. Y parece que va a ser el tópico de la manic dreamy pixie girl que solo existe en función de él pero no, acaba teniendo personalidad propia, dentro de lo que son este tipo de película.

En fin, A 1000 km de la Navidad, es, como su propio nombre indica, una historia de Navidad de humor blanco -con sus ramalazos cafres, pero blanco- y buenos sentimientos, que al menos se molesta en sus detallitos de color local para compensar que tiene un esquema de libro calcado del telefilm yanqui. No pretende más que tenernos una horita y media entretenidos y sonriendo, así que poco se le puede reprochar. La puedes ver en

Imágenes: Fotogramas de A 1000 km de la Navidad – Netflix
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