Daniel Calparsoro dirige un thriller que tira de tópicos pero desafía nuestras expectativas con algún giro inesperado
Centauro: Soy un macarra, soy un hortera

Centauro nos presenta a Rafa, padre separado joven y que trabaja como estibador en el puerto de Barcelona al mismo tiempo que intenta labrarse una carrera como piloto de carreras de motociclismo. Cuando su expareja se meta en líos con un traficantes, tendrá que cubrir sus deudas convirtiéndose en transportista de un peligroso narco.
Calparsoro ha dirigido un thriller muy efectivo, que aprovecha muy bien el mundo de las motos que sirve de excusa para la trama criminal y que gustará al que disfrute del tipo de historia de corrupción y crimen de un protagonista ambicioso pero humilde. Un par de elementos, motociclismo aparte, la hacen diferente, pero no los revelaremos aquí.
Centauro es, abundaremos en ello más adelante, una película sobre lo que hacer cuando se posee un talento pero las circunstancias no ayudan a poder utilizarlo de forma, digamos, sana. Aunque la forma de desarrollar la idea es un poco tópica, se perdona porque el tono macarra de la película no se pierde nunca y se evitan los sentimentalismos baratos.
Centauro, a toda hostia por la carretera

Calparsoro no es conocido por su sutileza, ni falta que le hace. No ha querido serlo en toda su carrera y no va a empezar ahora, cuando llega Netflix y le pide que se vuelva loco con unas motos, un circuito cerrado y juguetes caros para hacer el cafre. Pero es que en Centauro ni lo intenta: si ser piloto de carreras es la vía de desclasamiento para el protagonista, directamente cuando se convierte en criminal lo hace pidiéndole al capo una moto de competición mejor exactamente como lo haría con un jefe de escudería.
Las escenas de acción y las de carreras de competición se ruedan exactamente igual, aprovechando la iluminación y con algún plano secuencia desbocado, y así debe ser, porque las motivaciones Rafa son casi idénticas, con la excepción de que en la empresa criminal, de nuevo irónicamente, pesa menos el ego y mucho más el autocontrol.
El otro toque de ironía fina viene por la vía de enmarcarlo en las protestas por la sentencia del procès en Barcelona, que solo sirven para dejar, indirectamente, al protagonista cada vez más a merced de los malos que lo chantajean. Que por cierto, se aprovecha para integrar la capital catalana como un escenario asfixiante, sucio y violento, en el que nunca es de día del todo y cuyas calles, sean las del Eixample o el Barrio Gótico, son siempre un laberinto. Uno horrible para ir en moto, como se pueden imaginar.
Por lo civil o por lo criminal

La cámara, además, tiene la virtud de ir perdiendo firmeza y «naturalidad» conforme el personaje pierde más y más el control de las situaciones que vive, como es habitual en este tipo de narración, y se tranquiliza cuando, por la vía que sea, casi nunca la más ortodoxa, Rafa y sus aliados consiguen recuperar el oremus. No tiene piedad con los sueños deportivos del protagonista y desafía nuestras expectativas, precisamente para justificar el tramo final. La película sabe perfectamente lo que está haciendo, y se agradece que no sea otra acumulación de escenas que le parecen molonas a alguien y ya, aunque de eso también haya.
Al final, Centauro se desvela como una reflexión sobre los callejones sin salida de la exclusión y la capacidad que existe en todos nosotros de utilizar una habilidad para algo bueno -el deporte- o para algo malo -el narcotráfico-. No hay término medio en Calparsoro, como comentábamos, pero hay que reconocerle que donde otro haría que la corrupción llegase por el éxito deportivo, aquí se explica a la inversa, con el protagonista sin posibilidad real de redención… hasta que llega el giro final, que nos deja una moraleja inesperadamente buenista pero que funciona perfectamente en el discurso planteado hasta el momento.
Llegando a la meta, resumiremos que Centauro es un thriller más que efectivo, igual un poco tontorrón en algunos planteamientos, pero que en general funciona como propuesta de acción, en la que las partes más tópicas se perdonan porque están rodadas con la solvencia que acostumbra su director. Pero además tiene la virtud de un discurso subyacente sobre las decisiones y las expectativas vitales que resulta más que positivo frente al tono macarra general.
Imágenes: Centauro – Netflix
