Un cine de sensaciones y bellas imágenes antes que de palabras.
Baby: lirismo radical para una historia oscura

Si el cine español puede celebrar los buenos resultados recientes de su joven cine independiente -películas como Lo que arde, El año del descubrimiento o My mexican bretzel han encontrado su espacio-, no se puede decir lo mismo de cineastas de generaciones anteriores. Uno de ellos, Juanma Bajo Ulloa, acaba de estrenar Baby, cinco años después de la macarra El rey gitano y dieciséis desde Frágil, más cercana en sus formas e intenciones a su nuevo trabajo.
Es demasiado tiempo para un director talentoso que apuntó muy alto a finales de los 80 con el corto El reino de Víctor, ganador del Goya, y los largometrajes Alas de mariposa, ganador de la Concha de Oro en San Sebastián, y La madre muerta a principios de los 90. Viendo esta película, que pasó por el Festival de Sitges, se entiende perfectamente el porqué de tanta espera.
Baby no puede ir más a contracorriente del presente en su forma y a la vez lo puede representar perfectamente en su fondo. La desconexión con nuestra propia humanidad, y con la naturaleza en la que esta ha vivido y ha sido posible desde el inicio de los tiempos, no podía estar más presente en nuestro día a día. Y es precisamente en esta satisfacción inmediata de los instintos, ejemplificada en el caso extremo de la adicción a las drogas, donde empieza la película.
La protagonista acaba vendiendo a su bebé recién nacido para poder seguir consumiendo pero pronto se arrepiente y acaba yendo en su búsqueda, volviendo al caserío rural en el que entregó a su hijo. Desde ese momento la película seguirá el intento de rescate y posterior huida, escondiéndose y evitando en todo momento a las tres mujeres de la casa, de diferentes edades pero de inquietante aspecto y comportamiento.
Bajo Ulloa hace una apuesta radical en lo formal, renunciando a los diálogos y cargando todo el peso narrativo y simbólico en las imágenes y el sonido, y en un reparto completamente femenino que responde con creces al ambicioso envite. El resultado es un cuento perturbador en el que las imágenes están cargadas de belleza y en el que la luz termina abriéndose paso pese a lo oscuro y sórdido de la historia. Baby es una película que se escucha y se siente, sugestiva y metafórica.
No es necesariamente una película para todo el mundo, y desde luego merece la pantalla más grande y la sala más oscura que se pueda encontrar. Su mayor defecto es un tramo central demasiado largo en el que cae por momentos en un cine de género que rompe con la coherencia de la propuesta poética. Y, por mucho que la poesía al final esté abierta a la interpretación, no todos los hechos resultan lo suficientemente claros al final.
Pero pese a sus dificultades y a sus puntuales defectos, Baby acaba siendo una película valiosa. Una apuesta ambiciosa que crece desde su radicalidad y enmienda a lo dominante, en nuestro estar en la tierra y también en lo audiovisual. El mundo se derrumba, el del audiovisual es muy posible que también, y Bajo Ulloa hace poesía. Bienvenida sea.
Carlos Pintado Mas (@CarlosPM76)
