JuanMa Betancort dirige un supuesto documental sobre los orígenes de la música popular cubana que está más centrado en explicar lo bien que los entiende Santiago Auserón
Semilla del son: Un viaje musical, pero también al ego de su protagonista

Semilla del son es el título de un disco, un libro y ahora una película. En los años 80, el músico Santiago Auserón, entonces parte del grupo Radio Futura, visitó Cuba por primera vez, descubriendo los sones de la música popular local e incorporándolos a su repertorio. Tras la disolución de su viejo grupo, Auserón adoptaría el nombre artístico de Juan Perro, bajo el que grabaría en 1995 en La Habana su LP Raíces al viento. Semilla del son fue un disco recopilatorio viajando a las raíces de la música negra cubana en el que participaron varios grupos del Este de la isla, lanzado en 2006. Luego llegaría el libro de 2019 y finalmente este documental rodado en 2020, casi en plena pandemia.
La película, producida y dirigida por el veterano y premiado documentalista JuanMa Betancort (Playing Lecuona), se estrenó como parte de la sección Made in Spain del Festival de San Sebastián y ahora llega a los cines. Aunque la sala de los Cines Príncipe no llenó, si que estaba llena de fans de Auserón, entregados hasta el punto de aplaudir las interpretaciones musicales dentro de la propia película. Era el estreno mundial, la primera vez que la película se enfrentaba a público ajeno al equipo, y el cierre del comentado tríptico del viaje del viejo rockero a las raíces de los sonidos de la isla.
Y, como todo en esta vida, es una cuestión de expectativas. El disco Raíces al viento, que ya tiene la friolera de 28 añazos, se consideró en su momento un hito de la música española, con Auserón seguramente en el pico de su popularidad por el recorrido de Radio Futura. Pero el documental promete algo que no da, que hace falta haber escuchado el disco de 2006 o leído el libro para conocer un poco, y entre interpretación musical y no, que son las que lo levantan, lo que da es siempre lo mismo y más cercano a un ego trip que a otra cosa.
Dejadlos hablar

Auserón conoce bastante Cuba, lleva yendo y viniendo desde los 80, ha grabado allí y una parte de los músicos que aparecen en la película, si no probablemente todo, lo conocen y han colaborado con él en algún momento. La promoción del documental y su propia introducción, ya metidos en el metraje y con el cantante de narrador e impostando un poco la voz de viejo rockero que ya traía de fábrica, insisten en que nos van a llevar a conocer sones cubanos que se han transmitido de padres a hijos desde hace varios siglos. Y luego nada. O sea, música, bien, sí, pero de eso de la historia oral de Cuba, nada.
Claro, la cosa es que en Semilla del son en parte estamos viendo una trasposición a imágenes de la autopercepción del cantante, contagiada a sus fans, pero no una narrativa audiovisual propiamente dicha. Existe, y tiene un sentido geográfico, y se nota los días que han grabado en cada sitio por la ropa de Auserón (algo que debe ser obviamente calculado), pero en realidad da un poco igual. Porque Auserón no deja hablar a nadie ni él mismo explica un pimiento. Los apuntes sobre el caldo de mezcla étnica y cultural son vaguedades de aspirante a poetilla que el música no necesita y los músicos invitados se limitan a contar qué instrumento usan y decir su nombre.
Hay alguna excepción puntual, pero en Semilla del son la mayor parte del tiempo Auserón se limita a pasar por lugares que da por sentado que tenemos que reconocer en su importancia y seguir —por ejemplo, la Casa de la Trova de Santiago de Cuba, en la que se pasa el día recordando que fue amigo y colaborador de Compay Segundo—. Otras veces va andando por la calle y se para con cualquier músico que se cruza, cosa que no tenemos que sobreentender porque él lo dice en plano. Cubanos y españoles tenemos mucho en común, hemos dejado de lado la música negra en nuestro idioma, etc… pero no los dejan explicarse ni contar nada de nada.
Es para que lo entiendas

Hay un par de ocasiones en las que parece que han metido lo que en otro documental serían los descartes, con Auserón explicándoles a los participantes sus motivaciones para hacer esa película y lo que quieren reflejar, que se repiten hasta tres veces, además de en la voz en off. Y, sinceramente, se supone que algunos son antiguos colaboradores suyos, cuando no amigos, pero les habla despacio y como si fuesen tontos. No sé si es a ellos o, en realidad, a los espectadores a quienes consideran idiotas los responsables de Semilla del son.
En fin, que uno se pregunta para qué todo esto. Porque si Semilla del son fuese un documental para iniciados no daría tanto la turra con la esencia de Cuba por el mejunje de culturas ni explicaría la diferencia entre un estilo y otro. “Explicar”, entiéndame, porque salen dos expertos validando que Auserón compone casi como un cubano, pero sin decir por qué. Si fuese divulgativo, el tono explicativo-faltón se podría justificar pero daría datos que no saliesen de un manual de Conocimiento del Medio de la Expo’92. Y si solo quisiese transmitir “la esencia musical”, por decirlo así, y un coro de voces de autores muy diversos, se parecería más, por poner un ejemplo, a Siete Jereles (2022) y el músico no chuparía tanta cámara.
Cerrando sin el bis, Semilla del son es un documental que se salva por el interés de sus interpretaciones musicales (obviamente a Santiago Auserón nadie le niega el talento o el conocimiento en lo suyo, es el resultado narrativo audiovisual lo que ponemos en cuestión aquí) y los ambientes que retrata, pero que se queda a medias en todo lo demás. El hilo narrativo es para cumplir, no profundiza en la historia que promete contar y supedita todo al ego del protagonista y una idea tópica de los orígenes culturales del fenómeno del son cubano.
Imágenes: Semilla del son (Montaje de portada: Cine con Ñ)
