La película no funciona ni como discurso sobre la tercera edad ni como comedia.
Salir del ropero: Buenos ingredientes, mal plato

No hay garantías para cocinar un buen plato, al igual que tampoco las hay para hacer una buena película. Lo que sí se puede hacer es crearse las mejores condiciones posibles. Comprar buenos ingredientes y, en el caso del cine, contar con un gran equipo y reparto, incluyendo a la gran Rosa María Sardà en su última aparición en la gran pantalla. Salir del ropero, el debut en la dirección de largometrajes de Ángeles Reiné después de una extensa trayectoria en publicidad y televisión –donde destaca la serie Doctor Mateo–, tiene buenos ingredientes. Tiene también una trama a priori interesante, potencialmente divertida y cargada de buenas intenciones. Pero nada mezcla bien.
Salir del ropero nos presenta la historia de Eva (Ingrid García Jonsson), una joven abogada que va a casarse con un escocés hijo de una familia rica y muy conservadora. Cuando Eva descubre que su abuela, Verónica Forqué, es lesbiana y planea casarse con su amiga (Rosa María Sardà), ve peligrar su propia boda, decidiéndose por volver unos días a su pueblo en la isla de Lanzarote e impedir el enlace.
Estamos por lo tanto ante una historia bien intencionada, con un fondo alegre, vitalista y tolerante interpretada por un reparto de primer nivel –al trío de actrices arriba mencionado hay que sumar a David Verdaguer, Candela Peña, Mónica López o Álex O’Dogherty– y con un equipo técnico, donde destaca la presencia de José Luis Alcaine a la fotografía y Teresa Font en el montaje, más que preparado para sacar partido a las maravillosas localizaciones. Una suma de factores que parece garantizar como mínimo una película fresca y estimulante, pero que en ningún momento despega por una suma de decisiones equivocadas.
Más allá de algunas decisiones formales cuestionables y una innecesaria y machacona presencia de música, el principal problema está en el guion. Demasiados personajes –Candela Peña está muy divertida en su inclasificable papel pero su personaje no aporta absolutamente nada a la trama– sin que ninguno acabe de tener entidad propia. Salir del ropero no consigue funcionar como comedia coral y tampoco consigue desarrollar bien el conflicto de la protagonista, pese a que está claro desde el principio y que su desenlace no es difícil de anticipar, por lo que acabamos llegando a un final que pese a ser casi el único posible se percibe como forzado y artificial.
Por el camino no solo se pierde la oportunidad de plantear una reflexión de mayor calado sobre el amor, la libertad y los compromisos personales, sino la propia esencia cómica de la película, que se filtra a cuentagotas gracias al buen hacer de un reparto claramente abandonado a su suerte. Salir del ropero es una doble oportunidad perdida: como discurso sobre la homosexualidad en la tercera edad y como comedia. Quiere abarcar demasiado y no lo consigue ni en los niveles más básicos. Ingredientes de primera para un resultado final de plato precocinado.
Carlos Pintado Mas (@CarlosPM76)
