Iván Ruiz propone un cine alegórico que describe con crudeza la realidad desde la más explícita ficcionalidad.
Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas: Película diferente sobre la vejez y los cuidados

Dentro del Festival Rizoma de Madrid se estrena Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas, ópera prima de Iván Ruíz Flores, cineasta curtido en el mundo del cortometraje, que ahora da el salto al formato largo con una propuesta arriesgada y con grandes pretensiones autorales. Nos propone un drama que en la actualidad viven multitud de hogares y un dilema al que casi todos nos enfrentaremos tarde o temprano: el cuidado de nuestros mayores en el ocaso de sus días.
La película de Iván Ruíz trata un tema atemporal y una problemática del todo universal, tal como atestiguan títulos clásicos del cine japonés como Cuentos de Tokio (Yasujiro Ozu, 1953) y La balada de Narayama (Shôhei Imamura, 1983), o el reciente debut como realizador de Viggo Mortensen en la norteamericana Falling (2020). El sacrificio frente al abandono; el sometimiento a las obligaciones frente a la búsqueda de libertad personal.
En este sentido, el filme pone el foco en la figura de Julia, interpretada por una siempre solvente Blanca Portillo, que da vida a una artista que se acaba de jubilar como profesora. En un momento en el que podría dedicar todo su tiempo a su gran pasión, la escultura, le surge la necesidad de hacerse cargo de su anciana madre (Carmen Esteban). En torno a esa dupla protagonista se predisponen interesantes personajes a los que dan vida intérpretes de gran experiencia en el panorama nacional y que aportan consistencia a la película: Imanol Arias, Ana Wagener o Manuel Morón.
El drama de la vejez en Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas

Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas es especialmente recurrente en estos tiempos por dos razones: por un lado, porque pone el foco en el drama de la vejez, el colectivo más castigado por la pandemia de la Covid-19, y, en segundo lugar, porque gran parte de la cinta se desarrolla en el interior del hogar, ese que se ha convertido en nuestro perpetuo micromundo y donde mejr se rumian todos nuestros conflictos morales.
Ya desde el título, la película demuestra mucha personalidad. Alejándose deliberadamente de los cánones hollywoodienses, Iván Ruiz se sitúa claramente en la línea del cine de autor europeo, sin perder ese toque personal que demostraba ya en sus multipremiados y muy recomendables cortos (se pueden visualizar en su web). De ellos conserva el carácter alegórico de sus propuestas y un enfoque intimista en el tratamiento de los personajes.
En Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas, todo se observa desde el punto de vista de Julia, un personaje poliédrico sobre el que recae todo el peso dramático de una obra que a veces adquiere marcados tintes teatrales. Esto último se observa sobre todo en el tratamiento del espacio y la utilización de una luz marcada por los contrastes y claroscuros, metáfora de la compleja psicología de su personaje principal. Esto también se aprecia en el sonido, donde ningún ruido contamina las intensas conversaciones de sus protagonistas, que a veces parecen estar en medio de una representación teatral bajo la atenta y contenida mirada de los espectadores.
En este sentido, la labor artística es encomiable. Teniendo en cuenta el bajo presupuesto con el que cuenta, la película se sustenta en una sugerente labor de fotografía y una arriesgada puesta en escena marcada por la utilización de esos planos fijos con la que se construyen las sucesivas secuencias. Esa falta deliberada de dinamismo incide en el lento fluir de la vida en el interior del hogar, un tiempo que parece detenido como el que podemos observar en una pintura.
Ya desde su título, la película parece construirse como una sucesión de retratos, escenificados a través de unos planos marcadamente pictóricos y carentes prácticamente de movimiento. En ellos irán apareciendo motivos que se van repitiendo continuamente. Uno de los más significativos es la inclusión de las ventanas, un elemento omnipresente tanto en la película como en la gran mayoría de sus cortometrajes.
Mujeres mirando por la ventana

En muchas de las secuencias, los personajes se predisponen en torno a ellas, incluso dando la espalda al espectador, que en ocasiones parece hacer las veces de un indiscreto voyeur. En estas imágenes repetidas no es extraño que encontremos reminiscencias con esas otras mujeres mirando por la ventana que retrataron, a su vez, artistas como Salvador Dalí o Edward Hopper, imágenes icónicas que ahondan en el ensimismamiento y la soledad. Temas recurrentes en la película.
Otro de los elementos omnipresentes en Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas es la constante aparición de espejos, predispuestos para que se contemple en el mismo plano el personaje y su reflejo. Con este motivo, Iván Ruiz nos propone un interesante juego de personalidades, una implícita aproximación de la figura del doble que ahonda en la metáfora que recorre toda la obra: la existencia de varias personas dentro de cada uno, la que enseñamos y la que escondemos. Una real y otra ficticia. Una lectura con evidentes connotaciones freudianas, hecho que se constata en esa relación materno-filial sustentada en un complejo de Electra no superado.
A partir de estos elementos, el director da forma a un relato con un marcado carácter metaficcional. En este sentido sigue la estela de algunos de sus más interesantes cortometrajes: Mie2 (2010) o Teatro (2015). Los impedimentos de la labor creativa, la realidad reconvertida en ficción, la indiferenciación entre persona y personaje, la lucha entre lo dionisíaco y lo apolíneo. Todo ello confluye en una película fría y reflexiva, igual que la paleta de colores que utiliza para pintar este particular retrato fílmico, una obra donde sus personajes parecen carecer de sentimientos, en una visión de la realidad tan ácida como esos limones que aparecen constantemente diseminados en el filme. En definitiva, Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas es una película diferente, que irradia destellos del último y menos conocido Coppola, un cine alegórico que describe con crudeza la realidad desde la más explícita ficcionalidad.
