El cineasta húngaro dejó una gran marca en el cine español de los años 50
El director Ladislao Vajda pertenece al cine español de los años 50, muchas veces recordado por ser pistoletazo de salida de las históricas carreras de nombres como Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem o Carlos Saura. Una época, a menudo sintetizada en las famosas Conversaciones de Samanca (1955), en la que esos jóvenes cineastas que ya habían estudiado cine reivindicaban nuevos caminos en pleno y acomodado franquismo. Pero fue también una época de gran actividad para aquellos directores de la generación anterior y que ya estaban asentados en la industria, como fue el caso de Vajda.
Ladislao Vajda, el cine desde dentro

Él venía con el Imperio austrohúngaro a cuestas antes que Berlanga. Nacido en Budapest en 1906, trabajó en su país -primero como montador y director artístico- hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando se mudó a Francia, Italia, donde rodó dos películas, hasta acabar en España, donde sí se estableció durante más de dos décadas, durante las cuales firmó más de 15 títulos. Su primera película aquí data del 1943 (Se vende un palacio) y la última es La dama de Beirut, durante el rodaje de la cual Ladislao Vajda falleció en 1965. Entre medias, los títulos más conocidos y celebrados del director, un hombre que aprendió el oficio de hacer cine desde dentro.
En el siguiente texto se seleccionan tres de los títulos más conocidos de Ladislao Vajda durante el pico de popularidad de su carrera. Tras una llegada a España más vinculada -con algunas excepciones- a la comedia liviana y musical, fue el trabajo con Producciones Chamartín el que dio un impulso definitivo a su filmografía en nuestro país. La vinculación de Vajda con esta productora empezó en 1952 con Ronda española, pero no fue hasta el año siguiente, con la entrada de una productora italiana (Falco Film), cuando todo se materializó en un ciclo de afortunadas y aclamadas películas en los 50, que seguiría más allá de este trío seleccionado con Un ángel pasó por Brooklyn (1957) y El cebo (1958).
CARNE DE HORCA (1953)
Con un reparto estelar de nombres españoles -e italianos- como Emma Penella o Pepe Isbert, Carne de horca abrió la veda de la coproducción con Italia planteando una historia de aventuras y western situada en Sierra Morena y en la Serranía de Ronda, donde proliferaban los bandoleros. Éstos, en solitario o reunidos en partidas, sembraban el pánico asaltando y asesinando a los viajeros. A pesar de estar ambientada en el siglo XIX, la película de género planteaba sin saberlo una realidad cercana a la del momento, en la que los mulos y los burros seguían siendo el principal medio de transporte, y los andaluces abandonaban su tierra en busca de un futuro. Una sólida y bien facturada película que convenció a los productores de seguir apostando por la capacidad de Vajda como director.
MARCELINO, PAN Y VINO (1955)
No podía faltar el gran éxito de su carrera, la película por la que Vajda siempre será citado en los libros de historia del cine español: Marcelino, pan y vino. Después de una larga guerra, un bebé es abandonado a la puerta de un convento de frailes franciscanos que intentan, sin éxito, buscarle una familia. Pasan los años, y aunque el niño vive feliz entre los monjes, no puede dejar de añorar a su madre. Marcelino se hace amigo de un Cristo crucificado que hay en el desván del convento: habla con él y le sube de la cocina pan, vino y otros víveres que puede encontrar. Con esta obra idealizada, que descubrió a Pablito Calvo como actor infantil, Vajda pretendió glorificar el pasado combinándolo con una perfectamente ejecutada exaltación religiosa.
MI TÍO JACINTO (1956)
Jacinto, un torero retirado que vive miserablemente con su sobrino, recibe una carta en la que se le comunica que debe participar en una “charlotada” que se celebrará ese mismo día en Las Ventas. A Jacinto la carta le parece una broma, pero, cuando está recogiendo colillas en los alrededores de la plaza, comprueba que su nombre figura en el cartel. Segunda película de Ladislao Vajda protagonizada por Pablito Calvo al hilo del éxito en Europa de Marcelino, pan y vino, Mi tío Jacinto abandona la vinculación religiosa para posicionarse en un relato más pegado a lo puramente terrenal, con un extrarradio madrileño cercano a los ambientes que se habían estado rodando en Italia en la década anterior (neorrealismo) y que Surcos (1951) y las nuevas generaciones de cineastas españoles habían puesto encima de la mesa en el país.
Raúl Ramajo (@cinespanol)
