Una eficaz película política sobre las consecuencias de la globalización económica.
Los lunes al sol: Nadie cuenta la historia de la cigarra

En 2002, Los lunes al sol puso cara y voz a aquellos números impersonales de la larga lista de personas que perdieron su empleo después de las deslocalizaciones propias de la globalización económica, en la que muchas empresas trasladaron sus centros de trabajo a países que, por diferentes motivos, podían reducir los costes de producción. En una España cada vez más comprometida con el turismo y el sector servicios el impacto fue contundente, algo que seguimos notando actualmente y con especial fuerza en estas últimas y excepcionalísimas semanas.
La película de Fernando León de Aranoa plasmó con brillantez y eficacia el drama humano que respira detrás de los números, mostrando el día a día y la distinta suerte de cada uno de estos parados, convertidos en impersonales números tras el cierre de un astillero en Vigo, que pasó a operar en Corea (aunque la película está inspirada en los sucesos que ocurrieron alrededor de los astilleros Naval Gijón).
Los lunes al sol convenció a crítica, público –la vieron más de dos millones de espectadores- y jurados y académicos, haciéndose con la Palma de Oro en San Sebastián y dominando la temporada de premios, coronándose con cinco Goyas, incluyendo película y dirección. Pero su mayor éxito fue que cualquiera sabe a qué nos referimos al escuchar “¿Qué día es hoy?”.
Siempre es complicado hacer buen cine político, comprometido socialmente, de combate. Especialmente cuando se comparten las convicciones de los protagonistas, como ocurre con Fernando León de Aranoa y Los lunes al sol. Se es más propicio a caer en los excesos sentimentalistas o en el maniqueísmo caricaturizante. Esto no ocurre en Los lunes al sol. Cada personaje es humano, por lo tanto imperfecto, contradictorio, sometido en última instancia a una realidad que no puede controlar más que en una minúscula parte. En este reconocernos en la imperfección de los personajes, sin que necesariamente se comparta la forma concreta en la que se manifiesta, reside uno de los grandes logros de la película.
El cuidado guion se complementa con una naturalista puesta en escena, una banda sonora que subraya la tristeza sin que su uso resulte abusivo y un brillante trabajo de interpretación por parte de un elenco de primera línea. Un portentoso Javier Bardem encabeza un reparto donde encontramos algunos de los más grandes actores gallegos –Luis Tosar, José Ángel Egido, Celso Bugallo, y una breve aparición de nuestro querido Luis Zahera– además de importantes nombres de nuestro cine –Joaquín Climent, Nieve de Medina, Aida Folch, Enrique Villén y Fernando Tejero, simpático en sus breves apariciones–.
El drama del paro pocas veces ha sido representado mejor en el cine. Las consecuencias de lo económico en lo humano, en las vidas de personas, que son lo que hay detrás de las estadísticas. Si Los lunes al sol es una buena película-manifiesto es antes que nada porque es una buena película. Porque no abusa de la brocha gorda y deja aire y espacio a sus protagonistas para explicarse y discutir. Cuando la película acaba explicitando su tesis –la necesidad para la clase trabajadora de estar unida, la conciencia de clase – no tenemos la sensación de estar asistiendo a un mitin sino a una escena que podría darse en la mayoría de los bares que frecuentamos.
No suele ser habitual que la cigarra tenga la ocasión de discutirle el marco de la conversación a la hormiga. Los lunes al sol es una oportunidad felizmente aprovechada. En la gala de los Goya de 2003 –la del No a la guerra, cuyas consecuencias también seguimos viendo– se alzó con los cabezones a Mejor Película, Dirección, Actor Principal (Bardem), De Reparto (Tosar) y Revelación (José Ángel Egido). Las cigarras gritaron que si están solas las joden y que eso siempre ha sido así. Y el mundo, por lo menos el del cine español, las escuchó. No suele ocurrir.
