La actriz y directora Liz Lobato presenta en cines ‘Tierra de nuestras madres’, un “cuento chino” que adelantó los problemas del campo con una fábula sobre vecinos expulsados de su pueblo
“Lo llamamos España vaciada y ya parece que nos podemos desentender”

Antes del auge del ‘neorrural’ en el cine español había ya un proyecto que trataba los problemas del campo. Pero han tenido que pasar más de 10 años para que la actriz, guionista y directora Liz Lobato (Madrid, 1967) haya podido sacar adelante Tierra de nuestras madres, coincidiendo en el tiempo —y quizá no por casualidad— con esa serie de películas que se acercan a los problemas de la llamada ‘España vaciada’, un término que Lobato deja claro que no le gusta en esta entrevista para Cine con Ñ.
La directora prefiere mantener la llama viva de lo que ocurre con la desplobación, la agricultura o de la gente que se ve expulsada de las tierras que pertenecieron a sus generaciones anteriores, como se ve en su primer largometraje. Un filme, ya en cines y multipremiado en el Festival de Málaga, que se presenta como “un cuento chino” en blanco y negro con el que la directora despliega la amargura y la resistencia frente al forzado abandono del hogar rural. Todo bañado con el característico humor manchego, al puro estilo Cuerda.
El proyecto de Tierras de nuestras madres surgió hace más de 10 años, antes de que en España se utilizase siquiera el concepto de España vacía o vaciada. ¿Cómo apareció el problema para querer abordarlo en una película?
El concepto de la España vaciada da por hecho algo que no tiene por qué pasar. Lo llamamos España vaciada y ya parece que nos podemos desentender y santas pascuas. La España rural la estamos vaciando pero es responsabilidad de todos. Con la película lo que surgió fue el tema de la expulsión del medio rural que ocurría desde entonces en gran parte del mundo: Argentina, Tailanda o Australia y ahora también en Francia. Aquí pasaba y pasa: me acabo de enterar de que hay una manifestación de músicos en un pueblo de Segovia porque lo quieren vaciar para hacer una mina.
El año pasado hubo otro caso de una empresa que compró un pueblo en Zamora…
Sí, pero aquello era un pueblo abandonado, en el de Segovia aún vive gente y los quieren echar. Me preocupaba mucho esta cuestión de las expulsiones de las grandes corporaciones a una población que ni pincha ni corta y que se ven lanzada a los caminos, dejando su tierra, a sus casas y a sus muertos también.

En la película se dice que “la tierra de nuestras madres ya no es nuestra”. ¿Eres pesimista u optimista al respecto?
No lo veo en esos términos, más bien considero que es una responsabilidad nuestra no someternos a esa pérdida. Y a no someterse los que nos pueden enseñar mucho son las personas mayores. A través de sus raíces y la experiencia que tienen en la lucha. En conseguir, no conseguir y seguir luchando.
Tierra de nuestras madres tiene una forma de fábula rural, contada por una cabra. ¿Este dispositivo estaba claro desde el principio?
La cabra no estaba en un inicio. La narradora iba a ser uno de los personajes, pero la cabra tenía muchísimo protagonismo en el tiempo de hacer la película (risas). Estaba siempre con nosotros, le pusimos nombre, estaba todo el rato ahí. Y fue surgiendo que fuera ella que contara la historia. También por lo que significa una cabra para los españoles: es la loca, la ridícula, pero también es el demonio. Tiene esos ojos que lo miran todo y subsiste en terrenos muy agrestes y parece, tal y como se mueve, que lo hace con sentido del humor.
En esos sentidos, también el cómico, encarna el espíritu y las ideas de la película.
Sí, es ella la que lo ve todo, como las madres que se acaban enterando de todo.
¿Y por qué optar por el blanco y negro y la forma del “cuento chino” y no por formas más naturalistas y más vinculadas al realismo cinematográfico?
Quería hablar de muchas cosas con la película, y no me salía hacerlo de una forma literal. No quería que todo lo que saliera significara solo eso, lo que sale, porque significa mucho más. Al darle un punto de vista de cuento entras de otra manera, no ves solo lo que hay. Ves más.

El cuento como parte del género narrativo para contar a los niños tiene también ese potencial simbólico y universal, ¿no?
Claro, por eso lo de apartarse mucho de la literalidad e ir a lo simbólico en las formas de la película. El tema de que el personaje de Saturnino García, Rosario, sea un hombre. Podía haber sido una mujer y ya está, y desde ahí extrapolar otras cosas. Pero si ya es una mujer que es un hombre te está contando algo que no es lo que tu ves. Ahí ya tienes que hacer un salto de imaginación para entrar: se está hablando de una mujer que es ella pero que no es ella. Eso tiene mucho que ver con la madre y la madre tierra, la madre simbólica.
“En La Mancha hay una sorna que es un poco sarna”
Vamos con el tema de las madres entonces. ¿Por qué era tan importante destacar esta raíz hasta en el título?
Porque la madre es la que integra, y ahora mismo estamos metidos en un mundo que divide y clasifica, que separa. Las madres lo que hacen es acoger, integrar, al hombre y a la mujer en uno. Integrar, nutrir, alegrar, contar cuentos y conectarnos con nuestra tierra, con la de nuestros ancestros y nuestros fantasmas. Las raíces son en blanco y negro, por eso también elegimos esa fotografía en la película.
Ese blanco y negro evoca también a cierta sensación de imagen de archivo, vinculándose por ejemplo a esas fotos de emigración y posguerra en España que todos tenemos en la cabeza...
Claro, es la idea de que sufrieron y lucharon tanto por lo que tienen y que ahora se lo vayan a quitar.

¿Qué papel querías que tuviera la comedia en la película? Está muy presente el humor durante todo el filme, pese a que el fondo de lo que pasa sea muy amargo…
Es que es así como vivimos las cosas en La Mancha, la risa es nuestro sentido del vivir y el morir. Si no te ríes en un paisaje tan agreste, te mueres. Nos reímos de nuestra sombra y ya es nuestra manera de hacer las cosas. La comedia venía incorporada en todo momento en el guión al estar situado en La Mancha. Y no hemos hecho ahí nada extraordinario, hemos usado el humor manchego del día a día.
Aunque el humor manchego tiene una historia larguísima y llena de ejemplos, la referencia cinéfila que sale de ahí es la de José Luis Cuerda y su ‘surruralismo’. ¿Hay algo de esta tradición en Tierra de nuestras madres?
Sí, lo de Cuerda viene también de la tierra. Me gusta mucho por ejemplo del huerto de Amanece que no es poco, porque es que de ahí nacemos. Nacemos de esta risa enraizada, donde también hay ternura. Eso pasa en Berlanga también, pero en La Mancha hay una sorna que es un poco sarna, en la que te ríes de ti mismo primero. Y de tus muertos. Y de todo.

El proyecto de Tierra de nuestras madres viene de lejos, pero ahora coincide en su estreno con distintas películas que se acercan a las problemáticas del campo español. ¿Por qué crees que se está dando este fenómeno ahora?
Me alegra muchísimo que haya surgido este movimiento. Yo empecé a escribir la película en 2008 pensando que a nadie le iba a interesante. Y poco a poco hemos ido viendo que hay gente que escribe sobre esto y que hace película sobre esto, que se está despertando un interés por reflejarlo. Me gusta porque significa que no todo está perdido: ¡España no está vaciada!
La película deja ese mensaje de resistencia, de lucha frente a la resignación…
Sí, pero no un concepto de lucha americano de “luchamos para ganar porque no queremos ser perdedores”. Es la lucha de los perdedores realmente, pero que no tienen otra opción que hacerlo. Es el no sometimiento.
Portada: Liz Lobato, directora y guionista de Tierra de nuestras madres, en el rodaje de la película (Imágenes: Revolutionary Press)
