La película de Jacinto Esteva deambuló por «este país de todos los demonios» y tardó nueve años en estrenarse
50 años de la película maldita del franquismo: ‘Lejos de los árboles’

En 1888, el pintor Darío Regoyos y el poeta belga Émile Verhaeren emprendieron un viaje por la península en búsqueda de la verdadera esencia de un pueblo que parecía estancado y ajeno al desarrollo social y cultural que se vivía en la Europa finisecular. Alejándose deliberadamente de la imagen luminosa y alegre que ya solía asociarse a nuestro país, los viajeros parecían más empeñados en descubrir el lado más oscuro y primitivo que subyace en el alma de esa «España moralmente negra» que ya había pintado Goya en sus lienzos décadas antes. El resultado de este viaje iniciático quedó recogido en un escrito conjunto con el título de España negra, un calificativo que haría fortuna y que terminaría dibujando una imagen en tonos grises de un país bárbaro y atávico que aunaba una religiosidad enfermiza con un enraizado culto por la muerte.
Desde un punto de vista cinematográfico ha habido diversas propuestas que han tenido como propósito adentrarse en esta oscura realidad que subyace tradicionalmente en un país lleno de contrastes. A pesar de que siempre se considera a Las Hurdes, tierra sin pan (Luis Buñuel, 1933) como el título más representativo del retrato fílmico de la España negra, a menudo pasa desapercibido uno de los mejores acercamientos que el séptimo arte ha realizado sobre ese país en el que se adentraron Regoyos y Verhaeren casi un siglo antes: Lejos de los árboles (Jacinto Esteva, 1972).
Este ambicioso documental rodado en pleno franquismo hace un exhaustivo recorrido por aquellas fiestas tradicionales todavía vigentes en aquella época, que ayudaban a comprender el grado de desarrollo cultural que caracterizaba nuestra sociedad, una película de culto que supone la obra más interesante del inclasificable Jacinto Esteva Grewe.
La travesía de Jacinto Esteva

Antes de convertirse en uno de los precursores de la Escuela de Barcelona y firmar el gran filme-manifiesto con el que se sentaron las bases del movimiento, Dante no es únicamente severo (Jacinto Esteva y Joaquín Jordà, 1967), al comienzo de los años 60 Esteva inició su aventura cinematográfica con una serie de trabajos que tenían como propósito retratar las condiciones socioculturales de la España franquista. Lejos de los árboles constituye la culminación de esta etapa preminentemente realista, que la completan los cortometrajes Notes sur l´emigration. Espagne 1960 (Jacinto Esteva y Paolo Brunatto, 1961)y Autour des salines (Jacinto Esteva, 1962).
Haciendo alarde de un carácter claramente militante, en el primero de ellos se analizan las razones que llevaron a miles de españoles a la emigración en aquella época, una preocupante realidad que constató durante su estancia como estudiante de Arquitectura en Ginebra. Rodada en la estación de tren de la ciudad suiza, en los barrios periféricos de Barcelona y en la provincia de Almería, se muestra, a través de testimonio de algunos de estos emigrantes, las duras condiciones de vida que existían en algunas zonas del país convertidas en guetos de pobreza y marginalidad. Mientras tanto, en Autour des salines nos traslada a la isla de Ibiza para describirnos la vida alrededor de las salinas, aquellas que suponían el único sustento para centenares de obreros sometidos a duras condiciones de explotación laboral mucho antes del boom turístico.
Mientras que estos dos cortometrajes se centraban en el atraso económico de un país anquilosado política y socialmente, Lejos de los árboles pretendía demostrar que dicho atraso también era una evidencia a nivel cultural. Aunque la película comenzó a gestarse en 1963, no vería la luz al público hasta nueve años después debido a sus sucesivos problemas con la censura, que terminaría eliminando 30 de los 110 minutos originales. Paradójicamente, a pesar de ser el primer largometraje que rodó en su corta carrera cinematográfica terminaría siendo el último de todos sus trabajos en estrenarse. Por todo ello no tardaría en convertirse en un autor incómodo para el Régimen, uno de los motivos que le llevaron a abandonar definitivamente el cine tras el estreno del documental, volcándose a partir de entonces en su vertiente de pintor.
Personaje acomodado e irreverente de la burguesía catalana, el viaje que emprendió Jacinto Esteva por diversos rincones de España supuso todo un proceso de descubrimiento de una realidad totalmente opuesta a la efervescencia social que caracterizaba su vida en Barcelona. Aunque su propósito inicial fue la de hacer una denuncia de aquellas tradiciones que todavía subsistían en un país estancado culturalmente, finalmente parece que se dejó arrastrar y encandilar por esos rituales que, en algunos casos, parecían provenir de tiempos ancestrales, la alteridad de una realidad que mostraba el lado más solemne y opaco de la condición humana.
De ahí que no es extraño que la película se abra y se cierre en escenarios puramente urbanos, esa civilización «lejos de los árboles» que vivía de espaldas a todo aquello que sucede en el epicentro de una España profunda que todavía se resistía a desaparecer, algo que vendría a representar la propia partida y regreso del cineasta-viajero al hogar. Entre medio, toda una travesía hacia el corazón de las tinieblas del pueblo español.
Lejos de los árboles, símbolos entre festividades

Lejos de entenderse como un documental etnográfico al uso, en la película sobresale más su carácter simbólico que antropológico. Sin una línea argumental clara, temáticamente la cinta se vertebra en torno a tres motivos que se van repitiendo en la multitud de festividades que retrata: el fanatismo religioso, el maltrato animal y el culto a la muerte. Acompañado del comentario en off de dos voces, una femenina (Marta Mejías) y otra masculina (Manuel Cano), el poder de Lejos de los árboles se encuentra realmente en sus imágenes, todas ellas representaciones fascinantes de la idiosincrasia de un pueblo apegado a unas costumbres que aúnan barbarismo y superstición insana. Algo que chocaba con esa imagen regeneracionista y modernizadora que se empeñaba en dar el Régimen.
Para sacar el máximo partido de la película lo esencial es no quedarse en lo anecdótico, sino indagar en esas instantáneas que se quedan marcadas en la retina para descubrir aquello que nos quiere decir realmente su discurso. Un ejemplo de ello lo encontramos al comienzo de este deambular por «este país de todos los demonios», aludiendo al poema de Jaime Gil de Biedma que iba a dar título a la película y que la censura prohibió. Un plano en una plaza pública de Jerez de la Frontera (Cádiz) muestra la estatua de Cristo compartiendo protagonismo con la imagen publicitaria de una botella de vino.
La religiosidad y el hedonismo. Dos elementos íntimamente ligados en gran parte de las festividades que más adelante se nos muestra. Partiendo de esta idea, el montaje va jugando con ello alternando aquellas celebraciones de carácter más lúdicas, como la batalla del vino en las Fiestas de san Felices en Haro (La Rioja), con otras mucho más solemnes, como la procesión de los disciplinantes en la población también riojana de San Vicente de Sonsierra.
La alegría pronto deja paso al dolor en este recorrido donde siempre sobrevuela la omnipresente presencia de la muerte. El cortejo fúnebre de una monja en Ávila, la visita al cementerio de Turón (Pontevedra), la Danza de la Muerte de Verges (Girona), la Romería de los «muertos-vivos» de As Neves (Pontevedra) o el último viaje de un moribundo hacia su tumba con el que concluye la película. Todos estos momentos son fiel reflejo de la «muerte de un pueblo que aclama su muerte», tal como se promocionó la película en la época. Una muerte que parece que solo puede alcanzarse mediante la agonía y el sufrimiento, deuda atroz de esa visión enfermiza de la moral cristiana tan presente en nuestra historia.

En este sentido, es común la presencia del maligno en estas fiestas como símbolo de la tentación de la que hay que huir: la Coca de Redondela (Pontevedra), la Fiesta del Judas de Gende (Pontevedra) o los endemoniados de la romería de Nuestra Señora de O Corpiño de Lalín (Pontevedra). La secuencia que recrea esta última fiesta marca uno de los clímax de la película. A través de un montaje frenético se nos muestra la agonía de aquellas personas supuestamente poseídas por el maligno, un aquelarre de gemidos contagiosos bajo la inquisitiva mirada de unos curas que cual «pájaros en reposo» (tal como los describía Regoyos y Verhaeren en España negra) confiesan a los penitentes mientras se llenan las arcas parroquiales con las limosnas de los feligreses.
Entre todas estas referencias no faltan alusiones a dos de los grandes baluartes de la cultura patria: el flamenco y los toros. El primero como canto desgarrado del sentir de un pueblo doliente y el segundo como seña de identidad de una sociedad con una baja estima sobre los animales, un elemento también muy presente durante todo el largometraje. La fiesta de Rapa das Bestas en Sabucedo (Pontevedra), la carrera de Burros Flojos en Casabermeja (Málaga), los Bous a la Mar de Denia (Alicante), el solemne retrato de una corrida de toros o el despeñamiento de un burro de lo alto de una torre al final de la película. Este último, muestra innegable del barbarismo de un pueblo esclavo de una doble moral, del que el propio Jacinto Esteva fue partícipe.
Con el estreno de Lejos de los árboles, Jacinto Esteva puso fin a su carrera cinematográfica. Tal como afirmó en una entrevista a tele/eXpres en 1972: «Me retiro del cine español. He dirigido cinco películas y tres cortos. Solo he podido estrenar tres y muy cortadas. En adelante, no volveré a trabajar aquí. Lo haré fuera de nuestro país. El cine español no está mal. Está pésimo. Aquí no se puede trabajar. Mi futuro profesional lo veo muy bien. Pero lejos, lejos de aquí».
Concretamente se desarrolló en África, continente al que viajó con asiduidad a comienzo de los 70 y en el que alternó su faceta de cazador con el rodaje de diverso material sobre las costumbres de la vida en el continente con el fin de convertirlo en una serie de documentales que nunca vieron la luz. Entre ellos Mozambique/Del arca de Noé al pirata Rhodes (1971), una versión africana de los rituales, la religión y la tortura animal, con muchos paralelismos con Lejos de los árboles.
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