La película con Lola Flores y Manolo Caracol, ahora restaurada por Filmoteca Española, es un ejemplo de experimentación formal sin salirse de la trama de las películas de folclóricas
‘Embrujo’ y el cine innovador de Carlos Serrano de Osma

Embrujo podía haber sido una película más “de folclóricas”de los años 40 y 50. Y en parte lo es. Pero su director, Carlos Serrano de Osma, también la convirtió en terreno para una experimentación formal y estética que la hace especial. Serrano de Osma, que podemos decir que es uno de los primeros críticos y estudios del cine que se convierten en directores de cine en la España de Franco —él y el grupo de los ‘teluricos’—, aprovechó la primera parte de su carrera para probar una relación distinta con las imágenes en un cine español muy necesitado de ellas.
Ahora restaurada por Filmoteca Española, Embrujo destaca en un primer vistazo por una excelente fotografía en blanco y negro, su buen uso de la cámara y sus frecuentes fundidos de las imágenes, una novedad en este tipo de cine. Todo sin cambiar la trama de base de la película, al estilo y gusto de la sociedad española de la posguerra como decimos, que versa sobre la relación artística y afectiva tormentosa entre una cantaora flamenca y su guitarrista.
Lola Flores interpreta el personaje de Lola, una cantante con trayectoria ascendente desde los escenarios españoles hasta los internacionales. Manolo, encarnado por Manolo Caracol, es la otra parte del dúo musical, que como acompañante no corre la misma suerte. Embrujo empieza con una larga secuencia de animados ritmos en el homenaje que le tributan en un gran teatro a la figura de baile español: Lola, con la proyección identificativa de la ya veterana intérprete sobre la joven promesa Eugenia Ríos.
Embrujo: experimentación e innovación visual
Tras el encuentro y diálogo entre Lola y Eugenia, retratados con acertados movimientos de cámara en el teatro, la película va a los comienzos de la carrera de Lola. Luego el argumento sigue los principios de la carrera artística de Lola, que es admirada por Manolo, cantaor flamenco, que le propone que baile con él. Paralelamente, en las oficinas de los empresarios artísticos, don Antonio y Johnson negocian las posibilidades de éxito de una gira artística sin mucha fe en su conveniencia, aunque finalmente, tras varias negociaciones, aceptan organizarla.

En los viajes de la gira de la pareja artística, el enfoque innovador y experimental de Carlos Serrano de Osma muestra de manera continua la puesta en escena onírica y la realización de estéticas y composiciones visuales con trenes y vías, además de una utilización de diferentes tipos de planos y perspectivas. El guión avanza en paralelo a la experimentación visual, que hace que las imágenes de Embrujo resulten modernas aún hoy.
Mientras la joven bailaora Lola va ganándose al público abriéndose camino al éxito en su carrera artística, Manolo siente una creciente atracción por ella, llegando a ser tan apasionada como enfermiza y no correspondida. Junto al rechazado amante está su mentor, interpretado por Fernando Fernán Gómez, que trata con dificultad de mantenerle centrado y sereno. Pero Manolo frustrado trata de ahogar las penas en el alcohol, convirtiéndose en un “curda” en desequilibrio.
Lola y Manolo, tragedia griega
El guion incorpora a Roberto, otro personaje del mundo artístico, que hace dudar a Lola sobre sus propios sentimientos afectivos, cuando él además empieza a enamorarse de ella. El tratamiento visual de Serrano de Osma en algunas secuencias resalta sus imágenes alegóricas sobre la relación tensa y ambivalente entre Manolo y Lola. Mientras Lola va creciendo artísticamente en su carrera como bailaora, el rechazado Manolo se va abandonando y dejándose llevar por el consumo excesivo de alcohol en mesones y tabernas. Lo hace siempre acompañado por su mentor, hombre voluntarioso pero poco eficaz en su pretendida influencia sobre el cantaor.

La película está construida en guión y trama a la medida y lucimiento de Lola Flores y Manolo Caracol, como producto comercial de encargo. Los abundantes números musicales y coreográficos van narrando en paralelo las zozobras personales de sus personajes acercándose al final como una típica tragedia griega. El desenlace es literario y tópico, con un giro volviendo a la primera secuencia de la película, para cerrar el círculo con el remate. La tragedia final es un modo algo forzado y mítico de exaltar los protagonistas principales, poniendo el broche de conclusión. Porque, como se dice en Embrujo, “conmigo va el recuerdo que es mi modo de vivir”.
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