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Edgar Neville y el crimen de la calle Fuencarral

La películ, basada en un crimen real, se integra dentro de lo que el también director Santiago Aguilar denominó como los “tres sainetes criminales”, trilogía que completan ‘La torre de los siete jorobados’ (1944) y ‘Domingo de Carnaval’ (1945)

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Coincidiendo con el declive definitivo a finales del siglo XIX de lo que fue ese gran Imperio donde “nunca se ponía el Sol”, en un país atrasado y en total decadencia, se empezó a gestar algunos de los episodios más sonrojantes de lo que se ha venido en denominar la España negra. En ella podemos incluir una serie de sucesos escabrosos, que se han ido incorporando al imaginario colectivo hasta la actualidad, y que denotan el lado más oscuro de un pueblo, el español, con una idiosincrasia tan especial.

A partir de una serie de artículos, nos proponemos analizar cómo el cine y la televisión se han hecho eco de esa crónica negra tan siniestra como atractiva para el espectador. A través de películas de grandes directores como Edgar Neville (El crimen de la calle de Bordadores), Pilar Miró (El crimen de Cuenca), Fernando Fernán Gómez (Mi hija Hildegart) o Carlos Saura (El 7º día), penetraremos en los episodios más truculentos de una historia que difícilmente podían caer en el olvido.

Los hechos: el crimen de la calle Fuencarral

Edgar Neville y el crimen de la calle Fuencarral 1Grabados de los procesados y del juicio. Fuente: Biblioteca Nacional

Comenzaremos este recorrido con uno de los sucesos más famosos de la historia de la criminología en nuestro país, un caso que conmocionó a toda una sociedad y que creó un gran debate público en su época, convirtiéndose a la postre en toda una fuente de estudio judicial y periodístico. Hablamos del crimen cometido en el piso segundo izquierda del número 109 de la calle Fuencarral, el 2 de julio de 1888, día en que apareció muerta Luciana Borcino, viuda de Vázquez-Varela, cuyo cadáver encontraron sus vecinos con signos evidentes de violencia.

Murió apuñalada y posteriormente su autor intentó quemar el cuerpo para destruir las pruebas. En una habitación adyacente se encontró a la sirvienta Higinia Balaguer Ostaté, inconsciente bajo los efectos de un narcótico, junto al perro bulldog propiedad de la víctima. Aunque desde el principio parecía clara la autoría de la sirvienta en el asesinato, tanto la investigación policial como el eco que le dio la prensa de la época al caso hicieron que se involucrasen en el suceso, como sospechosos, a José Vázquez-Varela, hijo de la asesinada, junto a su supuesto cómplice, José Millán-Astray (padre del futuro fundador de la Legión y director de la cárcel Modelo en la que José Vázquez-Varela, supuestamente, se encontraba recluido el día del asesinato). Durante las pesquisas policiales también se tanteó la complicidad de Dolores Ávila (Lola la Billetera), amiga de Higinia.

Ante la ambigüedad del caso, se abrió un debate público con dos bandos claramente enfrentados: aquellos que estaban convencidos de la autoría de la sirvienta, frente a aquellos que sostenían la culpabilidad del señorito, famoso por sus corruptelas y su vida desordenada. Aunque la principal acusada fue defendida durante el mediático juicio por Nicolás Salmerón, antiguo presidente de la República y una de las principales voces públicas en contra de la pena capital, no pudo evitar que se le condenara a muerte por garrote vil. Higinia sería ejecutada públicamente ante cerca de veinte mil personas el 19 de julio de 1890.

El crimen de la calle de Bordadores, Edgar Neville (1946)

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Este suceso, aunque acaecido mucho tiempo atrás, no pasó desapercibido para uno de los grandes cineastas españoles del siglo pasado, Edgar Neville, diplomático y artista polifacético que abordó el caso en una de sus películas más recordadas: El crimen de la calle de Bordadores (1946). La película se integra dentro de lo que el también director Santiago Aguilar denominó como los “tres sainetes criminales”, trilogía que completan La torre de los siete jorobados (1944) y Domingo de Carnaval (1945).

Basándose directamente en ese asesinato que tuvo en vilo a la ciudad de Madrid más de un año, Neville realizó una investigación y documentación exhaustiva antes de escribir el guion de la película, pero, por diferentes trabas legales y por culpa de la censura, tuvo que modificar y trasfigurar la historia de la que partía, hecho que incluía el cambio de ubicación del asesinato, trasladándolo a la céntrica calle de Bordadores.

Al igual que el suceso originario, la narración gira en torno al asesinato de una acaudalada viuda, del que, en un principio, son sospechosos su criada Petra (Antonia Plana) y el galán juerguista Miguel (Manuel Luna), amante de la víctima, que se correspondería con la figura de José Vázquez-Varela en el caso real. Durante el transcurso de la trama se involucrará Lola la Billetera (Mary Delgado), vendedora de lotería, inspirada en el personaje real, que fuera acusada de cómplice en la condena de Higinia.

Partiendo de estas premisas, Neville recrea algunos de los elementos esenciales del caso, como será el debate público en torno a la autoría del asesinato y el papel crucial que ocupó la prensa de la época a la hora de manipular y alentar la opinión pública, aunque la historia en sí  terminó por diferir enormemente del suceso real.

De los romances de ciegos a la prensa amarilla

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La película comienza con un plano general de la Puerta del Sol, en el cual una multitud se agolpa mientras que alguien recita un romance de ciego sobre El crimen de Lugar Nuevo. Esta entradilla, que sirve de encuentro y presentación de algunos de los personajes esenciales de la película, tiene una gran fuerza simbólica. Con ella, Neville nos sugiere las verdaderas raíces del espíritu morboso de un pueblo que, en muy pocas décadas, pasó de escuchar absorto esos romances de ciego sobre turbios asesinatos, a buscar en las páginas de sucesos de la naciente prensa escrita esas historias tan dadas a la especulación y el debate.

En este sentido, es interesante la crítica que en la película se hace a medios como El Liberal, que en su época fueron los principales responsables de sembrar la disputa y entorpecer la investigación con sus especulaciones infundadas. De nuevo, algo habitual en la obra de Neville, se contrapone la tradición (cantares de ciegos asociados con la literatura oral) a la modernidad (prensa escrita), ahondando en la idea de que el progreso aporta más aspectos negativos que positivos. Una visión nostálgica del pasado que llevó al extremo en El último caballo (1950).

Madrid, 1888

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En El crimen de la calle de Bordadores sobresalen dos elementos esenciales, marcas de la casa del genio Neville. Por un lado, la perfecta contextualización de la época en que se comete el crimen y, por el otro, la compleja estructura argumental de una trama repletas de giros de guion y estudiados flashback.

De sobra es conocido el amor que Neville sentía por la capital de España, su ciudad natal, que en gran parte de su filmografía aparece como un personaje más. En El crimen de la calle de Bordadores nos ofrece un retrato más que veraz de la vida y costumbres de la ciudad en la que se cometió el asesinato de la calle Fuencarral en 1888, ese “Madrid donde hay tantas tentaciones”, tal como la describe la Señora de Pacheco durante el trascurso de la película.

Gran amante de la cultura popular, el director y guionista hará que sus personajes pululen durante toda la cinta por los teatros, los cafés y lugares más convulsos de una ciudad cada vez más bulliciosa, al mismo tiempo que trata de reflejar aquellas costumbres de la época, como los paseos de la gente adinerada en los coches de caballos por el parque del Retiro, tal como retratara también, más adelante, en la versión cinematográfica de El baile (1959).

Otro de los aspectos incluidos en el guion que ayudarán a dar veracidad a la historia será la alusión constante a personajes históricos de la época, elemento recurrente en su obra teatral y cinematográfica, a los que incluso se atreve a ponerles rostro y voz. Dos de los personajes de la época a los que revive son la dupla de toreros más famosos de finales del siglo XIX, Frascuelo y Lagartijo, que aparecen en el Café de El Imparcial para ver una actuación de cante y baile flamenco.

Al respecto, y como anécdota, Neville también toma como referencia la invención del primer submarino de la historia por Isaac Peral en 1985, cuyo primer prototipo terminó de fabricar la Armada Española en el mismo año del suceso de la calle Fuencarral, algo que denota la preocupación del realizador por recrear minuciosamente el contexto histórico en el que se cometió el crimen, a pesar de que la historia que nos relata se enmarque en la más pura ficción.

En una relación más que estrecha entre literatura y cine, algo también muy habitual en su obra, Neville declara en muchos momentos que su acercamiento a la época siempre lo hizo teniendo muy presente las obras del gran Benito Pérez Galdós y, ante todo, su novela favorita, Fortunata y Jacinta. En última instancia, con El crimen de la calle Bordadores pretenderá llevar el ambiente galdosiano al cine, a través de una historia que ya había conmovido al propio escritor, que fue uno de los testigos del ajusticiamiento de Higinia, y cuyas impresiones sobre el suceso fueron publicadas de manera póstuma en el diario argentino La Prensa en 1923, bajo el título de El crimen de la calle Fuencarral.

A pesar de sus intenciones, debemos señalar la poca calidad que proporcionan en la cinta los espacios exteriores, rodados principalmente en el estudio, hecho que, en todo caso, no eclipsa a las excelentes escenas sainetescas típicas del director, el buen hacer de los personajes, el buen ritmo de la trama o los detallados y recargados interiores que utiliza. Todo ello confluye para que se nos haga presente, tal como vimos en La torre de los siete jorobados, un Madrid ya desaparecido en la época de Neville, una ciudad con espíritu provinciano, repleta de cafés y teatros, alejada del carácter cosmopolita que estaba adquiriendo a mediados del siglo XX, cuando se rueda la película.

Un melodrama con un guion complejo

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Dejando a un lado el tema de la contextualización, el otro gran merito de la película es, sin lugar a duda, el guion. Aunque no llega al grado de complejidad de su gran obra maestra, La vida en un hilo (1945), en El crimen de la calle de Bordadores Edgar Neville consigue convertir un aparente melodrama con tintes policiacos en un intenso drama judicial donde no faltará ese toque tan irónico del director madrileño. La gran virtud del guion de la película consiste en la pretendida confusión a la que someterá al espectador durante toda la cinta, con la que intenta ahondar en la ambigüedad de un caso, ya de por sí, complejo y con muchos flecos abiertos.

En este sentido, como dijimos anteriormente, jugará un papel destacado la prensa de la época. En muchos momentos, los periodistas serán los que lleven el hilo argumental de una película que en algunos casos, a través de esos falsos flashback que se van integrando de forma premeditada, terminan por embarullar conscientemente las conclusiones del espectador, que no consigue tener del todo claro la autoría del asesinato por parte de Petra. De ahí que, apiadándose de ella, decide que la supuesta asesina sea absuelta del crimen, en un guiño más que evidente a la verdadera postura del director en el caso real.

Con su particular versión de los hechos, Neville se convertirá en uno de los precursores del cine negro en España, un género que comenzaría a despuntar una década después, tal como sostiene Elena Medina en su interesante estudio Cine negro y policíaco español de los años cincuenta (Ed. Laertes). Con su sainete criminal, cargado de ese humor tan característico en el director, consigue convertir un atroz crimen en una tragicomedia castiza con aires de zarzuela y género chico.

En 1985, el caso del crimen de la calle Fuencarral fue incluido dentro de la serie de Televisión Española, La huella del crimen, que tenía como fin recrear algunos de los crímenes más recordados de la crónica negra de nuestro país. Dirigido por Angelino Fons, el tercer episodio de la serie, llevó a la pequeña pantalla el suceso real que conmocionó Madrid un siglo antes. Protagonizada por Carmen Maura en el papel de Higinia Balaguer, la versión televisiva nada tiene que ver con la pintoresca e irónica visión nevilleana, aunque resulta interesante para aquellos que quieran acercarse por primera vez y conocer los pormenores de un caso que sigue resonando hasta hoy. La puedes ver en

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