Una comedia de enredo clásica con sus toques de terror que le da la vuelta a algún tópico y gustará al que disfrute con ese tipo de desbarre
Desmadre incluido: Con COVID y a lo loco

Desmadre incluido es la historia de como los inquilinos del Hotel Colón de Béjar, en Salamanca, se quedan atrapados dentro del mismo durante el primer confinamiento de marzo de 2020, en plena pandemia de COVID19. Un historiador en busca de un tesoro, una gobernanta psicópata y otra en prácticas, un joven influencer, una artista en horas bajas, un abuelo negacionista, una estudiante extranjera de intercambio, un par de policías con sus movidas sentimentales y un futuro matrimonio que no acaba de cuajar enfrentados a una situación más de vida o muerte de la que ellos piensan y con apariciones incluidas.
Miguel Martí, director de Fin de curso (2005) o Sexykiller, morirás por ella (2008), vuelve mezclando una vez más terror y comedia, aunque quizás por primera ocasión en su carrera con más peso de la segunda que la primera. De hecho, se podría decir que es la comedia más canónica del cineasta, que llevaba tiempo ocupado en documentales o en otro tipo de producciones y regresa al largometraje de ficción con esta historia que tenía, en principio, la función de promocionar el municipio castellano que la acoge, aunque luego se independiza.
Desmadre incluido es, de hecho, una comedia de enredo clásica, que se basa en el reparto coral de intérpretes bregados en el género y exprime la idea del espacio cerrado con ese componente de azar en la galería de personajes que permite el hotel. El estilo no está tan lejos de La que se avecina, con la que comparte parte del reparto, cameo de Antonia San Juan incluido, y el típico humor brugueriano que parece del gusto de su director.
Loca pandemia de Policía

Es verdad que, dentro del reparto de roles que parece más o menos claro, Desmadre incluido se las apaña para darles un par de giros. La subtrama del jefe de Policía buenazo pero con arrebatos de autoridad más por obligación que por vocación es amorosa pero no del tipo que estamos acostumbrados, y su resolución no es la faltada cargada de prejuicios que nos podríamos temer. El abuelo negacionista en el que Saturnino García está en su salsa se redime como era previsible, pero al menos se evita el tratamiento paternalista previsible del personaje. La artista trans tiene momentos ridículos de diva, pero el guión se ríe con ella, no de ella. Etcétera.
Lo que si se le puede reconocer es que al menos le permite a sus actores espacio para hagan lo que saben a gusto, sin forzar el ritmo, aunque un par de veces sí que cae en el empeño de la comedia española de enredo de irse al vodevil a poco que puede. En ese sentido el historiador jeta y un poco miserable o la gobernanta psicópata sí que están tan pasados de vueltas desde el principio que a veces hasta chirrían en su interacción con el resto, cuando la gracia de los dos policías, por ejemplo, es que resultan bastante cotidianos y su papel de guardianes durante la pandemia nos es familiar.
La duda es si este tipo de comedia sobrevive porque tiene tantos adeptos como profetas… o porque en el fondo es barata y fácil de promocionar a poco que juntes a media docena de caras conocidas para el gran público. Desmadre incluido es menos cínica y más compasiva con sus protagonistas que la reciente La Fortaleza, de Chiqui Carabante, y ambas beben claramente de la tradición esperpéntica patria, pero da la impresión de que les puede costar encontrar su público, que es del todo generalista, cuando el consumo de este tipo de escapismo ha abandonado las salas comerciales.
Bruguera nunca muere

Tampoco es la comedia definitiva que estamos esperando sobre la COVID, más que nada porque, aparte de un par de escenas de la alcaldesa ficticia, los chistes del abuelo o los policías en el supermercado tratando de poner orden, en realidad el encierro podría ser por cualquier cosa. Se pregunta uno en ese sentido si es que aún necesitamos más espacio para procesarla o cómo es posible que hasta ahora apenas dos series se hayan sumergido de lleno en el percal, Besos al aire (2021), que lo hizo casi sobre la marcha, y la segunda temporada de Días mejores, que tenía el tema botando en el área.
Tampoco se le puede reprochar, porque el objetivo de Desmadre incluido es progresar hasta el despiporre final, donde se mezcla en una suerte de argumento Zipi y Zape enfocado a los adultos o comedia ochentera del ozorismo pero rebajada con agua y menos carca. No es que sea la risión absoluta, pero al menos no defrauda en todo el trabajo de no hacer excesivamente tópicos a sus personajes que se tomó en la primera parte de la película. El final feliz es casi una deconstrucción del que habría tenido esta película si fuese estadounidense o para Netflix, básicamente.
Haciendo el check-out, Desmadre incluido es una comedia de enredo y humor absurdo y cafre, pero inofensivo, que le gustará a quien disfrute de ese estilo o sea fan de los festivales de burradas encadenadas tipo La que se avecina siempre que no lleguen a los límites faltones de aquello. Parte de la gracia es ver a su reparto coral hacer lo que mejor se les da, en algunos casos con personajes a medida.
Imágenes: Foto fija de Desmadre incluido – Sergio Martín (Montaje de portada: Cine con Ñ)
