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Amantes: 30 años de la obra cumbre de Aranda

 Podemos considerar a Amantes (1991) como la obra cumbre de Vicente Aranda, un cineasta que supo retratar como pocos las consecuencias a las que nos arrastra la pasión, ese impulso irracional que surge de lo…
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 Podemos considerar a Amantes (1991) como la obra cumbre de Vicente Aranda, un cineasta que supo retratar como pocos las consecuencias a las que nos arrastra la pasión, ese impulso irracional que surge de lo más profundo y que desenmascara nuestra parte más animalesca. Las películas del director barcelonés son intensas y descarnadas. Suponen una mirada angustiosa de la dialéctica irreconciliable entre el deseo y el dolor, entre el tormento y el éxtasis. Esa confrontación emocional que caracteriza una extensa filmografía, que llega a su culmen con esta historia de amor a tres bandas con innegables reminiscencias lorquianas.

La trama de base está inspirada en uno de los sucesos más recordados dentro de la crónica negra castellanoleonesa y recrea a grandes rasgos el famoso crimen de La Canal, acaecido en la capital burgalesa en mayo de 1948. Un acontecimiento que conmocionaría a una ciudad que supo adaptarse como pocas a los recios valores del nacionalcatolicismo durante la dictadura. La víctima fue Dominga del Pino Rodríguez, de 30 años y natural de Santa Olalla (Toledo), y su asesino José García San Juan, de 24 años y natural de Prádena (Segovia).

Una relación tan apasionada como insana, cuyas consecuencias terminarían siendo fatídicas

Aunque los sucesos por los que son recordados estos personajes se desarrollaron en Burgos, el crimen de Amantes se urdió realmente en el barrio madrileño de Tetuán de las Victorias. Allí se conocieron ambos mientras que prestaban servicio a Álvaro González Fernández-Nuñez, comandante del Ejército de Tierra del que Francisca ejercía como sirvienta y José como ordenanza. Una vez acabado el servicio militar, este último decidió quedarse en la capital para intentar labrarse un futuro junto a Dominga, pero terminaría conociendo a una mujer que acabaría llevándolos a todos a la perdición. Su nombre era Francisca Sánchez Morales, una viuda de 45 años de gran carácter a la que José le alquilaría una habitación y del que terminaría ciegamente prendado.

No tardaría en surgir entre esta viuda negra y el inocente José una relación tan apasionada como insana, cuyas consecuencias terminarían siendo fatídicas. Acostumbrada a moverse en asuntos turbios, terminó convenciendo a su joven amante para que dejase a su novia y de paso desvalijarle todos sus ahorros (20.000 pesetas de la época). Experta en el timo «larguero o del cuello largo», consistente en vender o traspasar una propiedad ajena sin el consentimiento de sus verdaderos propietarios, hicieron creer a Dominga que José iba a hacerse con un bar en Aranda de Duero y que debían viajar a Burgos para firmar los documentos necesario para hacer efectivo el traspaso. En lugar de un nuevo proyecto de vida junto a su novio, lo que Dominga encontró fue la muerte a manos de un hombre que sucumbió a la ambición desmedida de una mujer posesiva y sin escrúpulos.

El director y productor Pedro Costa vio que esta historia tenía gran potencial y atractivo para convertirse en un capítulo más dentro de La huella del crimen, serie televisiva que tenía como finalidad hacer un recorrido por los casos más recordados de la crónica negra española. Junto a Vicente Aranda, director que había sido seleccionado para dirigirlo, comprobaron que dicha historia tenía la suficiente enjundia para poder llevarse a la gran pantalla. Dicha intuición dio como resultado una de las películas más aclamadas de nuestro cine, una obra sustentada en esa historia de celos y codicia, que se alzaría con el Goya a Mejor película y Mejor dirección en el año de su estreno.

El triángulo de los amantes

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A partir de un guion de Álvaro del Amo, Carlos Pérez Merinero y el propio Vicente Aranda, se construyó una historia donde sus tres protagonistas tuvieran el mismo peso y presencia. Reduciendo al mínimo el número de personajes secundarios que intervienen en la trama, la película se centra en esa relación tortuosa que mantendrán Trini (Maribel Verdú), Paco (Jorge Sanz) y Luisa (Victoria Abril), cuyos papeles se corresponden con los de Dominga, José y Francisca, en el caso real. Un trabajo coral donde se demuestra gran complicidad y fuerza dramática.

Amantes es una película de personajes, una obra donde juega un papel esencial el gran trabajo actoral que desempeñaron tres intérpretes en un auténtico estado de gracia. Maribel Verdú da vida a esa inocente muchacha de pueblo, trabajadora incansable, cuyo único afán es ahorrar todo el dinero que pueda para formar una familia con el chico con el que lleva saliendo dos años. La actriz desprende auténtica ternura poniéndose en la piel de una joven recatada y mojigata esculpida en los más nobles principios morales de la época.

Jorge Sanz sale airoso poniéndose en la piel de un personaje carente de emociones y ambiciones vitales. Un vago redomado y hasta cierto punto trápala, que se verá atrapado en un callejón sin salida por su incapacidad de coger las riendas de su vida, haciendo acopio de una falta de empatía y una inmadurez desconcertantes.

En Amantes abundan los primeros planos. En ellos la cámara intenta recoger el deseo, la humillación, la desesperación y  la lágrima

Su expresión siempre es fría, distante, sin alma. Su mirada siempre fija y abismática. En él solo se removerá algo por dentro el día que conoce a Luisa, a la que da vida una soberbia Victoria Abril, cuyo papel rezuma fuerza, autenticidad y carácter. En cuanto aparece en escena toda la trama comenzará a girar en círculos concéntricos sobre ella, convirtiéndose en la tejedora del destino aciago que conducirá a los tres protagonistas hacia el abismo.

En Amantes abundan los primeros planos. En ellos la cámara intenta recoger el deseo, la humillación, la desesperación y  la lágrima. A través de ella comprobamos la trasformación de los personajes, seres que se verán arrastrados al drama inevitable por no ser capaces de liberarse de la cruel prisión que encierran sus sentimientos. Es lo que le sucede a Paco, un hombre cuyas apetencias se despiertan con Luisa, una mujer experimentada que casi le dobla la edad.

Con ella descubrirá un mundo de placer desenfrenado, un disfrute adictivo que sabe que nunca gozará junto a Trini. Ese deseo se convierte en una droga para él, el primer gran impulso vital que ha sentido en su vida. En este sentido, son magníficas las escenas de Amantes en las que Paco y Luisa se funden en esos juegos sexuales que escandalizaron en su estreno en el Festival de Berlín, donde Victoria Abril se alzó con el Oso de Plata a mejor actriz por esa mezcla de fuerza dramática y erotismo con la que inunda la pantalla.

Luisa representa la tentación, el desvergonzado símbolo de los impulsos más primarios, el rostro de la perdición. Es el susurro diabólico que termina convenciendo a Paco para cometer el pecado más brutal. El papel de Victoria Abril como instigadora del crimen recuerda, en cierto modo, al que interpretaría algo más de una década después en El 7º día (Carlos Saura, 2004), en el que daba vida a otra mujer vapuleada por la vida que se convertiría en la artífice intelectual y emocional de la masacre que sus hermanos llevarían a cabo en esa descarnada recreación de la matanza de Puerto Hurraco en la que se basa la película.

Crímenes en Tiempo de silencio

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Además del gran trabajo interpretativo que hemos analizado, el otro elemento destacado en Amantes es la magnífica recreación de la época en la que se desarrolla la historia, una época que el director vivió de primera mano y que en más de una ocasión la ha revivido en la gran pantalla. El filme nos sumerge en la España de posguerra, aquella en la que hasta los comandantes solo pueden comer chuletas un día por semana y la gente tiene que alquilar habitaciones en sus casas para poder llevarse algo al estómago.

Es una España del remilgo moral, del atraso cultural y de la miseria económica. Es la época de la España más negra. Y en medio de este mundo que solo puede vivir en el presente, insertos en una sociedad donde lo que se impone es la lucha por la supervivencia, pululan tres personajes que encontrarán en el amor su único sustento y aliciente vital. Una realidad en la que Vicente Aranda ya se había acercado en Tiempo de silencio (1984), adaptación de la novela homónima de Luis Martín-Santos.

Antes de la fatídica noche en el que se desencadenan los acontecimientos que nos relata la obra cumbre del malogrado escritor, una de las voces narrativas de la novela describe una situación cotidiana en esa España de mitad de siglo XX en el que se desarrolla Tiempo de silencio: «En el descansillo de abajo una pareja de novios se apretaba en el rincón. La criada del piso de abajo y un soldado de paisano del mismo pueblo«.

Vicente Aranda, al adaptar al cine esta obra llamada a revolucionar la narrativa española de posguerra, decidió mantener este insignificante pasaje que, inesperadamente, hace que a nivel contextual y temático podamos entroncar dos de las películas más recordadas del director barcelonés. En esa pareja de apasionados enamorados no es difícil ver similitudes con la que conforman Trini y Paco al comienzo del filme, dos jóvenes provenientes de la zona rural, que intentan afianzar su amor al tiempo que luchan por forjarse un incierto futuro.

La muerte aparece manifiesta como constatación de una justicia cósmica insalvable, un cruel castigo hacia el antihéroe que ha osado penetrar en un territorio prohibido

Es interesante comprobar que ambas historias se desarrollan a finales de los años cuarenta y la mayoría de los acontecimientos trascurren en la misma ciudad, Madrid, «por aquellas calles que habían conservado tan limpiamente su aspecto provinciano, como un quiste dentro de la gran ciudad», tal como la describe de manera descarnada Luis Martín-Santos. En ellas se mezclaban todo tipo de buscavidas, utilizando su ingenio para poder llevarse todos los días algo a la boca o poder pagar el alquiler del techo en el que viven.

Es el Madrid de Paco, un ser flojo de espíritu que remite a la más honda tradición picaresca. Pero también es el Madrid de Pedro, protagonista de Tiempo de silencio, interpretado en la gran pantalla por Imanol Arias. Dos personas que se verán arrastradas irremediablemente por unos acontecimientos que los llevarán a la más cruel caída, dos seres inexpresivos que terminarán por arrastrar a la muerte a sus jóvenes e inocentes novias: Trini en el caso de Amantes y Dorita en el de Tiempo de silencio. Esta última interpretada también, aunque con un registro totalmente diferente, por Victoria Abril.

Además de ese contexto que tan bien está retratado en ambas película, las dos historias están imbuidas de un carácter trágico más que evidente y por un tono fatalista de grandes reminiscencia griegas. La muerte aparece manifiesta como constatación de una justicia cósmica insalvable, un cruel castigo hacia el antihéroe que ha osado penetrar en un territorio prohibido: Pedro, en ese inframundo de chabolas al que no pertenece, y Paco, en ese paraíso perverso al que le arrastra Luisa.

Un final inolvidable

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Mientras que el año en el que se desarrollan los acontecimientos coinciden aproximadamente con los sucesos del crimen de La Canal (finales de los años 40 y comienzo de los 50), no ocurre lo mismo con la época del año en que se cometió el fatal crimen. Si el caso real ocurrió en mayo, la trama de Amantes transcurre en su mayor parte durante la época navideña. Ciertos detalles marcan la cronología de la película: Trini escuchando en la radio el sorteo de la Lotería de Navidad (22 de diciembre), la cena de Trini y Paco en Nochebuena (24 de diciembre), el muñecote de papel pegado en la espalda de un “inocente” (28 de diciembre) o las doce campanadas de Nochevieja que la pareja escucha en el pueblo de Trini (31 de diciembre).

La frialdad del ambiente invernal y la solemnidad religiosa de las fiestas contrastan plenamente con el ardiente deseo y el disfrute carnal de sus protagonistas. Lo divino frente a lo profano, lo espiritual frente a los instintos, el nacimiento frente a la muerte. A medida que avanza el filme van cobrando protagonismo los relojes, aquellos que van marcando la cuenta atrás de lo inevitable, aquel que se detiene para Trini enfrente de la Catedral de Burgos, que momentos antes había marcado solemnemente el momento con su atronador toque de campanas. De este modo, el lugar elegido para el asesinato contrasta con aquel donde aconteció el crimen real, La Canal, una zona a las afueras de la ciudad  cercana a un cuartel militar, que José había frecuentado en su pasado castrense.

Paco saca la navaja de afeitar, arma primitiva y buñuelesca, y sesga el cuello de Trini, la novia derrotada en ese juego de pasiones enfrentadas

En un banco frente a la puerta de Santa María de la Catedral de Burgos, resguardados de la lluvia bajo el abrigo de Paco, tiene lugar uno de los finales más hermosos de la historia del cine español. Frente a la estatua de la Virgen a la que Trini se había encomendado, esta termina aceptando su destino como una heroína griega al descubrir que no puede retener al ser que más quiere a su lado: “Mátame, por favor, acaba conmigo, acaba con esta agonía que tu mentira ha inventado. Yo quería dedicarte mi vida pero tú la rechazas. Mátame y vete.”

Arengado por las palabras que Luisa le había dicho en ese mismo banco momentos antes, Paco saca la navaja de afeitar, arma primitiva y buñuelesca, y sesga el cuello de Trini, la novia derrotada en ese juego de pasiones enfrentadas. Allí queda su cuerpo inerte mientras su asesino se reencuentra con su amante con las manos manchadas de sangre, la constatación del delito y la mayor prueba de amor hacia Luisa, una de las más perturbadoras femme fatale de nuestro cine.

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En un abrazo de amor verdadero quedan fundidos los dos amantes, mientras se nos informa, tal como sucediera en el caso real, que tres días más tarde serían detenidos en Valladolid. Pero lo realmente dramático es que nunca más volverían a verse  tras finalizar el proceso penal. Tras salvarse de la condena a muerte,  pena que quedó conmutada por el cumplimiento de 30 años de prisión, Francisca fallecería al poco tiempo de abandonar la cárcel y José conseguiría rehacer su vida en Zaragoza tras cumplir su condena.

A pesar de todo, su historia proporcionó la materia prima inmejorable con la que Vicente Aranda y Pedro Costa dieron forma con Amantes a una de películas más descarnadas y bellas dentro de ese largo legado cinematográfico de la España negra.

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