Una terapia romántica, natural y honesta dirigida por David Moragas.
A stormy night: El sincero debut de David Moragas

Anunciado su palmarés, el D’A Film Festival se prepara para cerrar las ventanas virtuales que nos han permitido acercarnos a una filmografía selecta tan curiosa y sorprendente como alejada de los circuitos comerciales. Como broche final, el festival barcelonés ha optado por el estreno mundial de la española A stormy night, la ópera prima del joven director David Moragas. Con varios cortometrajes a su espalda, este realizador catalán dirige, escribe e interpreta en su debut en el largometraje. Y el resultado es excelente.
En A stormy night, Marcos (interpretado por el propio Moragas) es un realizador de documentales que ve cómo su vuelo con salida desde Nueva York es cancelado por una fuerte tormenta. Esta situación adversa le obliga a llamar a Clara, una amiga de la Universidad que vive en la ciudad y que le presta su habitación vacía en el apartamento que comparte con Alan (Jacob Perkins), su compañero de piso.
El guion en el que se sustenta esta cuidada producción es una de sus claves y aciertos. Su premisa es tan sencilla como enérgica, al obligar a los dos únicos personajes de la historia a relacionarse entre ellos para superar el confinamiento inesperado (como el que vivimos estos días). De esta manera toda la trama y contenido se desarrolla en una única unidad de tiempo (un día) y de lugar (el apartamento).
Todo el peso recae en los dos personajes, quienes muestran unas personalidades ceñidas a diferentes formas de vivir, con distintas percepciones sobre el amor, el compromiso, los privilegios de cada uno y sus propios miedos o angustias. La relación de ambos (que suele ser más bien confrontación) avanza progresivamente a medida que el tiempo transcurre. Moragas lo hace de manera cada vez más abierta y sincera al revelarse información y sentimientos que cada uno guarda para sí. Puede que se aleje del género de “comedia romántica” en el que se mueve, pero se origina una especie de “terapia romántica” (podría ser su género) muy natural y honesta.
El aspecto visual que ofrece el blanco y negro de la película ayuda a conseguir el clima emocional y sentimental que rodea a Marcos y Alan. La supresión del color evita desviar la atención a cualquier otra cosa que no sean estos personajes y sus rostros, imprescindibles para entender el subtexto o intentar comprender algunos de sus comportamientos.
El tono de A stormy night recuerda a la película Blue Jay de Alexandre Lehmann, en la que también se apuesta todo por la relación de dos personas (en este caso conocidos) y cuya acción también transcurre en una noche y entre cuatro paredes, impregnado todo por un blanco y negro con sentido similar (guardando siempre las distancias en aspectos más profundos e identitarios).
Es justo destacar el buen trabajo que se ha realizado con el sonido (labor de Carlos Jiménez y Amrita Singh), uno de los aspectos que quizás menos se trabaja o se tiene en cuenta en las primeras obras de autores nóveles. Hay un control absoluto del mismo, aprovechando las ventajas técnicas que aporta la característica situación de encierro y sin dejar de lado el sonido ambiente del exterior, esencial para crear la atmosfera deseada.
Existe además un sentido por hacer creíble y actual la historia, y no solo desde el sonido. Durante la película vemos varias veces una deliberada estética de vídeo doméstico, hecho en el momento, con imágenes de la ciudad, viajes y amigos publicadas también en redes sociales.
David Moragas transmite en su debut un gran cuidado por todos los aspectos de A stormy night: desde el guion y la fantástica construcción de personajes, sinceros y humanos, hasta el aspecto visual y sonoro. Todo está bajo un control personal y preciso. Se atreve a profundizar sobre los temas humanos universales sin dejarse llevar por un romanticismo superficial o vacío, tratando además una preocupación por otras cuestiones colectivas y sociales (como el trabajo o la propia identidad gay dentro del colectivo LGTBIQ).
Moragas consigue exprimir todos los recursos técnicos y narrativos en 75 minutos sinceros en los que nada sobra. Seguiremos pendientes de los próximos pasos en la carrera del joven realizador catalán.
Diego del Val (@DiegodlVal)
