La cineasta estrena en cines ‘El techo amarillo’ (El sostre groc), un documental sobre los abusos en el Aula de Teatre de Lleida con el que se ha conseguido reabrir el caso
«No hay que pedir ni exigir a las víctimas que sean de una determinada manera»

Isabel Coixet (Barcelona, 1960) supera ya los 30 años trabajando en cine. Un tiempo que se dice pronto pero que ha dado para mucho para la directora, que no ha parado de dirigir, escribir y llevar a cabo proyectos propios y ajenos, especialmente en las últimas dos décadas. Así Coixet ha construido una filmografía propia también en la no ficción, entendida desde un documentalismo clásico pero también con otras exploraciones como el introspectivo cortometraje No es tan frío Siberia (2016) y la experiencia multihogar de Spain In a Day (2016).
Si hay una línea capaz de unir los puntos de los documentales de Isabel Coixet es seguramente la del compromiso social. Una voluntad de exponer realidades incómodas que va desde Viaje al corazón de la tortura (2003) hasta El techo amarillo (El sostre groc) (2022), una película sobre los abusos en el Aula de Teatre de Lleida durante 20 años que se recibió con los «yo sí te creo» en San Sebastián y que ahora llega a los cines. La directora explica en Cine con Ñ qué ha significado acercarse a esta historia o cómo percibe el tratamiento de la intimidad en el mundo del arte.
Tras leer ese primer reportaje en el diari Ara que exponía los casos, ¿qué te impulsó a querer contar la historia de los abusos en el Aula de Teatre?
Leí el reportaje y me llamó especialmente el texto El techo amarillo, que escribió una de ellas, Cristina. En sus palabras había algo que me tocó, me pareció que había allí mucho dolor. Dolor escondido y de muchas noches, de muchos silencios y mucho mirar hacia otro lado. Y quise hablar con los periodistas, luego hablé con ellas y no sabía muy bien qué quería hacer. Pero cuando las conocí pensé que toda ficción que yo pudiera hacer no iba a estar a la altura de la verdad que ellas me transmitían.
Tras analizarlo y y contarlo, ¿por qué crees que la situación y ese silencio del que hablas se pudo mantener durante 20 años?
La gente que vea el documental sacará sus propias conclusiones, pero creo que hay ahí mucha trama extraña. La sensación de que alguien con carisma puede ganárselo todo, una trama política, o al menos, de connivencia con las autoridades, de reforzamiento de este poder que tenía sobre todo el mundo entre silencios cómplices. No olvidemos que es esta escuela de teatro que tienen mil alumnos, que van desde los 4 hasta los 18 años.
El techo amarillo recorre estos años a través de varios testimonios y perspectivas. ¿Cómo queríais abordarlo estructuralmente? Hay varios capítulos…
Cuando te pones a hacer los documentales tienes que estar abierto a cómo los acontecimientos van ocurriendo. Así vas sabiendo más cosas, cuando vas recibiendo información, recibiendo material de archivo que de repente contrasta con cosas que tú creías antes. Una cosa es escucharlas a ellas, que era como una secta y él era su gurú, pero luego otra cosa es verlo.
Para mí fue fundamental también contar con una montadora como Mariona Solé, que hizo un trabajo increíble y le dedicamos muchas horas y días. Siempre cuento que al principio del montaje ya hablaba de la posibilidad de tener un hijo, luego se quedó embarazada y luego dio a luz, y todo eso se produjo en el año y pico que estuvimos montando.

El retrato de ese gurú con nombre y apellidos, del acusado de cometer los abusos, es central en el documental. ¿Cómo queríais tratar su figura, acercaros a un hombre del que se perfilan distintos matices?
Sí, pero todos los matices coinciden al final. Yo a esta persona no la he conocido. Pensaba que éticamente me tocaba intentar contactar con él. Dee hecho, los periodistas que estuvieron con nosotros en la investigación y que ya habían investigado llevaban mucho tiempo intentando contar con él, pero él niega los hechos y no quiso tampoco hablar con nosotros.
Una de las protagonistas asegura en el documental que por aquel entonces no se percibía que ciertas cosas estuvieran mal porque no se nombraban. ¿Hemos evolucionado a la hora de ponerle nombre a cosas que evidentemente no son normales?
Es que cuando muchas veces decimos esto de normalizar las cosas… yo me acuerdo que cuando veía ciertas cosas de pequeña ya me chocaban. Estas películas que veías a veces en televisión de Elvis Presley, que invariablemente Elvis llegaba y abofeteaba a la chica de la película. A mí esto ya me tocaba en su momento. Pero como a nadie le parecía chocante tú te callas, pero tú ya ves que esto no es normal. Siempre he sentido que había muchas cosas que no funcionaban y que estaban normalizadas.
¿Y ya no lo están? A un nivel social amplio, digamos.
Creo que sí, que está cambiando. Hay muchos más mecanismos para identificar y denunciar. Lo que pasa es que, cuidado, le estamos pidiendo a las víctimas que actúen de una forma. Y uno tiene que hablar de las cosas y expresarlas solo cuando se siente preparado. Yo he sido la primera que, en otros casos, he dicho «pasa página» o «por qué ahora, después de tanto tiempo», pero me he dado cuenta que la gente tiene que llegar a las cosas cuando reacciona y ya está. No hay que pedir ni exigir a las víctimas que sean de una determinada manera.
«La figura del coordinador de intimidad me la podrán contar y explicar muchas veces, pero creo que es una responsabilidad del director»
¿Por qué crees que se sigue perpetuando esa noción de que en el mundo del arte los límites de la intimidad son más difusos?
Ese tema me indigna mucho. Yo, por ejemplo, soy una directora que ha hecho muchas escenas sexuales o de cama, y siempre he estado atenta a no forzar a alguien a que hiciera lo que no quería hacer o cuando alguien se pudiera sentir mal. Es tu deber recrear la realidad sin llegar a ningún límite. He hecho escenas de masturbación y yo no le pido al actor que se masturbe. Cuando tú ves esas prácticas que se hacían en el Aula de Teatre, estas enseñanzas de él de poner a prueba a los alumnos, te das cuenta que el fin didáctico de estas prácticas es que a él le gustaban, y punto pelota.
Mencionas la gestión de las escenas sexuales en tus películas. ¿Cómo valoras la implementación de una figura como el/la coordinador/a de intimidad en los últimos tiempos?
Yo entiendo que hay directores que, por su naturaleza, necesiten de una persona externa para coreografiar las escenas de intimidad. Yo personalmente no las necesito. Si un actor me lo pidiera sería la primera en decir que adelante, pero pienso que como director es tu responsabilidad velar por el confort y la seguridad de tus actores, de estar alerta y al tanto de si hay algo que no va o que rechina, de decir «pero qué está haciendo».
Esta atomización de la responsabilidad me espanta un poco, ¿dónde están los límites? Es una censura también por parte de productores y plataformas. Es nuestra responsabilidad contar una historia de la manera en la que sentimos que queremos contarla sin que nadie tenga que traicionar sus principios o sentirse mal por ello. Cada director tiene su camino hacia lo que quiere hacer.
En mi caso, mi camino es proteger a mis actores. No proteger porque yo soy muy buena persona, sino porque si un actor se siente protegido, seguro, va a actuar mucho mejor que uno que se siente desprotegido, incómodo o mal. Y es puro egoísmo y puro pragmatismo. Esta figura me la podrán contar y explicar muchas veces, pero creo que es una responsabilidad del director. Está en el cargo y para eso te pagan, puñeta.
¿Crees que la película podría animar a otras víctimas a denunciar o reabrir el caso judicialmente?
El caso ya se ha reabierto oficialmente. Nos pidieron verlo en el Ayuntamiento de Lleida, lo vieron e inmediatamente reaccionaron, llamaron a Carla Vall, la abogada que sale en el documental y que ha sido la que ha estado del lado de las mujeres. Fue muy gratificante pensar que a partir del documental se dieran cuenta de que el caso se tenía que reabrir. En El techo amarillo hay nuevas voces de las generaciones más jóvenes que han denunciado y está todo presentado en Fiscalía. En unos meses sabremos que cuál ha sido el resultado de la nueva investigación.
Fotografía de portada: Isabel Coixet – BTeam Pictures
